1990-2012 Siempre la guerra.
Nos hospedamos en una
modesta pensión de Alepo, creo que se llamaba Iskandiriya o algo similar. El
paso de la frontera con Turquía nos había llevado más de una hora y los
libaneses que iban en nuestro autobús estaban realmente nerviosos. Estaban
estudiando en Checoslovaquia y hacía cuatro años que no veían a su familia en
Líbano. No sabían nada de ellos. Líbano todavía seguía en guerra y Siria ocupaba zonas del norte del país.
En una calle de Alepo |
En Alepo hay bastantes cristianos y el espumillón decoraba algunas tiendas y entre las bocinas era corriente el tono de "navidad, navidad, dulce navidad...", a pesar de ser agosto. Mientras visitábamos la ciudadela dijimos algo a un niño que estaba aplastando hormigas agachado en el suelo. Su padre entonces nos preguntó sonriente de dónde éramos y al decirle que eramos españolas, se apresuró a señalarnos dónde estaba la mezquita de los Omeyas. Los sirios nos consideran de alguna manera parte del Imperio. Le sacamos una foto con todos sus hijos, que no eran pocos.
El niño de las hormigas y su familia. |
En Alepo hay bastantes cristianos y el espumillón decoraba algunas tiendas y entre las bocinas era corriente el tono de "navidad, navidad, dulce navidad...", a pesar de ser agosto. Mientras visitábamos la ciudadela dijimos algo a un niño que estaba aplastando hormigas agachado en el suelo. Su padre entonces nos preguntó sonriente de dónde éramos y al decirle que eramos españolas, se apresuró a señalarnos dónde estaba la mezquita de los Omeyas. Los sirios nos consideran de alguna manera parte del Imperio. Le sacamos una foto con todos sus hijos, que no eran pocos.
Una noche de
madrugada oí carreras en la calle, abrí los ojos y vi sobre el tejado de la
casa de enfrente de nuestra habitación a un hombre que miraba hacia abajo,
hacia la calle, ocultándose de algo. Cuando cogimos el autobús para ir a Hama,
nos pidieron el pasaporte. A los sirios además les revisaban las maletas. Nos
resultó extraño que nos pidiesen el pasaporte para movernos dentro del país.
Cuando íbamos al Krak de los Caballeros la policía paró el autobús urbano y
pidió a la gente el carnet. Alguno lo llevaba atado a la ropa para no perderlo
ya que lo tenían que enseñar constantemente, por lo menos el gesto de hastío y
automatismo que hacían al sacarlo, sin mirar siquiera hacia afuera para ver
porqué se había detenido el autobús, parecía indicar que esos controles eran el
pan nuestro de cada día. En Damasco, mientras tomábamos algo en una terraza,
hubo un revuelo con persecución y detención de alguien y gente que corría
alrededor. Duró unos segundos y el hombre de la mesa contigua se apresuró a
decirnos que era un ladrón. En la capital uno de cada cuatro hombres iba armado
con pistola y la llevaba normalmente en la parte trasera del pantalón, bien
visible. El tren, a pesar de costar igual que el autobús y ser mucho más
cómodo, no era muy utilizado. Al coger uno creímos entender porqué: allí
incluso a nosotras nos registraron las maletas y las ventanillas del tren
parecían tener impactos de bala.
Los hoteles de Hama nos
resultaban caros y pedimos al recepcionista de uno de ellos que nos dejase
dormir en la terraza. Subimos con él a la terraza, donde había justo tres camas
-éramos tres- y una pila para lavar donde había unos hombres haciendo algún
arreglo u obra. En las camas había sentadas un par de mujeres sirias que se
apresuraron sonrientes a entablar una pequeña conversación con nosotras.
Accedimos a dormir allí. Bajamos a dar una vuelta por Hama. Era domingo y en un
montecito de la ciudad en donde había puestos de dulces y frutos secos los
chavales daban vueltas en círculo por la plaza central persiguiendo a unos
pasos a las jovencitas mientras comían pipas o turrón. Cuando volvimos al
hotel, el recepcionista nos dijo que hacía mucho viento, que había habitaciones
libres y que si nos molestaba el viento no dudásemos en bajar. También nos dijo
que podíamos utilizar la ducha de una de las habitaciones de abajo. Cuando
llegamos a la terraza nos dimos cuenta que nos habían puesto un pestillo en la
puerta (cuando salimos a visitar la ciudad, la puerta creo que estaba contra la
pared pero aún no estaba colocada) para que pudiésemos cerrarnos por dentro.
Norias de Hama |
En Homs el primer
establecimiento al que fuimos en busca de habitación también era caro para nosotras
y le dijimos al recepcionista si conocía algún hotel más barato. Llamó a un
joven que nos llevó amablemente a otra pensión. Tras ver la habitación dimos el
pasaporte al dueño para registrarnos. En cuanto vio que éramos españolas, nos
dijo: " Sin Franco vivís mejor, ¿no?". A lo que nosotras respondimos
afirmativamente, claro. Ipso facto él se levantó y dijo: "Tengo una
habitación mejor". ¿Y el precio?, dijimos nosotras. "El mismo".
Por aquella época, el año 1990, todavía estaba en el poder el padre del actual
presidente, Hafez el Asad. Sus fotos a tamaño extragrande estaban por todas las
ciudades, en las calles, tiendas y restaurantes, con una leyenda tipo "I
love NY" sólo que ponía "Yo-corazoncito-y la foto de Hafez el
Asad".
Palmira |
Finalmente el revisor
del autobús a Damasco, nos dejó entrar si es que encontrábamos sitio. Era el
tercer o cuarto autobús que pasaba por Palmira a tope de gente, pasillos y
todo, y temíamos no poder salir ya nunca jamás del desierto. ¿Estarán aún
aquellas japonesas en Palmira? Nos hicimos paso como pudimos entre la gente que,
sentada en taburetes improvisados o de pie, ocupaba todo el pasillo del
autobús. Conseguimos llegar así al fondo en donde un par de chavales de una
familia de aspecto agitanado vestida con vistosos trajes de colorines nos
ofrecieron sus taburetes. Nos pusieron al bebé sobre las rodillas y así
viajamos un buen trecho a través del desierto. El bebé iba vestido con un
vestido rojo de volantes. Le dimos el biberón. Los chavales nos ofrecieron goma
de mascar de esa que venden por la calle en Siria y Turquía, pequeñas bolas
blancas como de cola de carpintero en unos frascos grandes de vidrio con agua
para que se mantengan duras. Las mujeres nos ofrecían albondiguillas y nos
preguntaban si estábamos casadas.
Por lo general cuando oyes en la radio o en la televisión, sentado cómodamente en el sofá, noticias sobre guerras y desgracias en otros países, no sientes nada. Veinte mil, doscientos mil... ¿Qué más da? No los conoces, la vida es así, por muchos que mueran, cuando acabe el conflicto seguirá siendo mucha más la gente que ha conseguido sobrevivir. Pero si has estado en ese país, esas cifras tienen caras, tienen nombres... Cuando dicen cómo la gente ha tenido que intentar huir de Homs utilizando la red de alcantarillado, cómo está cercado Alepo, sin víveres ni agua, cómo no pueden salir a la calle en Hama porque está llena de francotiradores que disparan a todo lo que se mueve, lo mismo a un adulto que a un niño de cuatro años, cómo han tenido que huir familias enteras hacia Turquía, no puedes evitar pensar qué será de aquel niño que aplastaba hormigas ajeno a todo en la ciudadela de Alepo, si ahora empuñará un arma o si no tendrá qué dar de comer a su familia, qué pensará aquel hombre que soñaba con una Siria sin Francos, si desesperará ante la certeza de que sus hijos tampoco podrán vivir fácilmente en libertad, dónde estará el chaval que nos obsequió con pipas, y el que nos permitió dormir en la terraza y tuvo la amabilidad de acondicionarla para que ésta fuese casi mejor que una habitación, dónde aquellos chavales agitanados que a costa de su comodidad nos cedieron en el autobús sus taburetes.
Por lo general cuando oyes en la radio o en la televisión, sentado cómodamente en el sofá, noticias sobre guerras y desgracias en otros países, no sientes nada. Veinte mil, doscientos mil... ¿Qué más da? No los conoces, la vida es así, por muchos que mueran, cuando acabe el conflicto seguirá siendo mucha más la gente que ha conseguido sobrevivir. Pero si has estado en ese país, esas cifras tienen caras, tienen nombres... Cuando dicen cómo la gente ha tenido que intentar huir de Homs utilizando la red de alcantarillado, cómo está cercado Alepo, sin víveres ni agua, cómo no pueden salir a la calle en Hama porque está llena de francotiradores que disparan a todo lo que se mueve, lo mismo a un adulto que a un niño de cuatro años, cómo han tenido que huir familias enteras hacia Turquía, no puedes evitar pensar qué será de aquel niño que aplastaba hormigas ajeno a todo en la ciudadela de Alepo, si ahora empuñará un arma o si no tendrá qué dar de comer a su familia, qué pensará aquel hombre que soñaba con una Siria sin Francos, si desesperará ante la certeza de que sus hijos tampoco podrán vivir fácilmente en libertad, dónde estará el chaval que nos obsequió con pipas, y el que nos permitió dormir en la terraza y tuvo la amabilidad de acondicionarla para que ésta fuese casi mejor que una habitación, dónde aquellos chavales agitanados que a costa de su comodidad nos cedieron en el autobús sus taburetes.
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