martes, 25 de noviembre de 2014

Madagascar: alma asiática




Jóvenes malgaches en la playa de Tamatave


Lamela junto a un termitero,  Andasive
Una de las cosas que leerás sin duda antes de viajar a Madagascar es que sus primeros pobladores fueron indonesios y malayos que, a pesar de estar mucho más lejos que los africanos de la isla, llegaron a la costa malgache quién sabe en busca o huyendo de qué y allí se quedaron. Después llegaron los árabes y con ellos esclavos negros, los portugueses, piratas holandeses, británicos y americanos que se casaron con mujeres malgaches, y finalmente otro tipo de piratería: los colonizadores franceses e ingleses. Pero la mayor parte de la población es de origen asiático, al igual que la lengua malgache.


Pousse-pousse de Tamatave.

Una vez en el país enseguida reparas en que en general la gente es de menor estatura y corpulencia que los africanos bantúes, de tez más clara, de cara muy ancha y nariz en ocasiones extremadamente aplastada, de pómulos prominentes y de pelo lacio o rizo suelto. Hay semblantes que recuerdan las construcciones en piedra de Angkor. En Toamasina, Mananara y otras ciudades además se ven familias de aspecto achinado y color pálido.


Familia malgache en la playa central de Tamatave

Pero eso sólo es el exterior, cuando fui consciente de la verdadera idiosincrasia asiática de muchos malgaches fue al llegar a Toamasina. Llevábamos todo el día en un minibús y ya era noche cerrada. La carretera estaba, como el mercado de los alrededores, totalmente a oscuras. La entrada a la ciudad se efectúa por una vía construida de dos direcciones pero que, la creencia de los comerciantes de que cuanto mas cerca se esté de la carretera más clientela se va a tener, había estrechado hasta dejar un pequeño paso por el que apenas cabía el autobús. Sin embargo, a esas horas, hora punta en que todos volvían a sus casas, a parte de a los camiones de Total cargados con combustible que suponen el principal trafico de la RN2 entre Antananarivo y Tamatave, la carretera había de hacer hueco a un montón de ricksaws o tuk-tuks, a gente que iba y venia a pie en la oscuridad, y sobre todo a innumerables pousse-pousse o bici-ricksaws, que arriesgando alegremente su vida, sin una sola luz que avisase de su presencia, pedaleaban, diminutos, pegados a los enormes camiones de la petrolera francesa. Incluso los pocos pousse-pousse  tirados por enclencles hombres que todavía quedan en el país, no parecían encontrar nada extraño en compartir carretera con vehículos gigantes que podrían engullirlos en cualquier momento. Por supuesto, ninguno llevaba distintivo luminoso alguno. Cerré los ojos en más de una ocasión, segura de que acabaría viendo un macabro accidente, pero milagrosamente ese día no sucedió nada. 


Mujer malgache esperando poder seguir viaje

Jóvenes a la salida del cole. Navana. Madagascar

A la cabeza me venía la imagen de un hombre tirando de un carro lleno a rebosar en medio del terrible tráfico de Agra: ricksaws de los que sobresalía una barra de hierro de tres metros, mulas medio aplastadas por sus cargas, bicis que llevaban adosadas hasta seis bombonas de butano - cómo mantenía el equilibrio el conductor, ni idea-, motos, coches, minibuses... y él en medio de toda esa marabunta, intentando hacerse paso lenta y costosamente, el lomo totalmente doblado, mientras un policía insensible, absurdo, loco, le azuzaba con un palo para que fuese más deprisa, algo imposible según las mas elementales leyes de la naturaleza.


Niños en la playa de Tamatave.



Carrera en la playa de Tamatave.

Los asiáticos -permítanme esta generalización del todo injusta- parecen no entender que hay cosas que por naturaleza son imposibles para el ser humano, que un camionero por mucho cuidado que tenga no puede evitar atropellar a alguien si, de noche y en una vía que no ilumina ni la luna, a diestra y siniestra tiene pegadas a sus ruedas cientos de bicicletas, tuk-tuks y personas  imprevisibles en sus vacilantes movimientos al driblarse unos a otros y desprovistos de cualquier tipo de señal luminosa que avise de su presencia. A esto es a lo que me refiero cuando digo que reconocí en los malgaches un algo asiático.


Joven malgache. Carretera Tamatave- Maroantsetra
En el embarcadero de Soanierana-Ivongo las tres compañías navieras que van a Sainte Marie cuentan con salas de espera construidas en madera sobre el río en precario equilibrio, el suelo que sirve de sujeción a uno de los bancos está resquebrajado y el banco torcido. Las maderas rotas dejan ver el agua. Los trabajadores no dudan, sin embargo, en acumular todos los equipajes en un mismo lugar sobre la madera combada, ni los viajeros se lo piensan dos veces a la hora de apelotonarse a la espera de recoger sus bártulos, para estupor del responsable de la compañía, que parece el único consciente de la tragedia que se cierne. La evidencia del desastre parece invisible a sus ojos. Es como si pensasen que la vida es un sinfín de peligros inevitables y que hay que asumirlos. Tal vez están tan acostumbrados a los desenlaces fatales que no les dan importancia.


Familia malgache. Navana.  Nordeste de Madagascar

Es verdad que debido a la escasez de medios en muchos países africanos se puede ver a niñas acarreando bidones de 25 litros de agua sobre sus espaldas, mujeres transportando sobre la cabeza un colchón de matrimonio con intención de venderlo en el mercado, o niños arrastrando sacos de cereal mas grandes que ellos, cosas ya de por si harto difíciles para un ser humano; pero en mi imaginario asiático la niña que acarrea el agua encima es azuzada para que vaya más rápido y la mujer del colchón hace el camino al mercado por una carretera en la que ha de ir sorteando vehículos a derecha e izquierda. No sè si se me entiende. Pues es ese llegar al extremo de lo soportable por el ser humano o el arriesgarse hasta un punto casi irracional lo que me parece más asiático que africano y que he percibido en los malgaches.



Pousse-pousse a la espera de clientes. Tamatave.



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