"En Orán como en todas partes, sea por falta de tiempo o de reflexión,
no hay más remedio que amar sin saberlo"
Albert Camus, La Peste
no hay más remedio que amar sin saberlo"
Albert Camus, La Peste
Música para acompañar esta lectura: http://www.youtube.com/watch?v=scxutliSHYM
Cuando llegamos a la frontera de Oujda la policía argelina
nos dijo que tendríamos dificultades para poder cambiar dinero. Era la fiesta
del cordero y, además, una vez acabada ésta coincidía que era fin de semana,
así que los bancos iban a estar cerrados unos días.
Podíamos probar en el hotel. Viajábamos en tren, veníamos de Fez de donde
el tren había salido a las dos de la madrugada.
Un joven nos ayudó con los papeles de entrada al país y nos hizo una
señal para que nos pusiésemos en la fila adecuada, la de las mujeres. Nosotras
nos habíamos colocado en la más larga, no habíamos caído en que en esa sólo había hombres. Cuando se bajó
en Sidi Bel Abbés nos saludó sonriente.
Nosotras seguíamos hasta Orán. La policía subió con perros al tren en alguna parada y una mujer toda tapada pero
que cada vez que se ponía bien el chador dejaba ver unos pechos voluptuosos nos
dijo que buscaban droga. En la estación de Fez mientras esperábamos el tren
unos jóvenes tocaban tambores y cantaban. Leímos en el periódico que había un
encuentro de jóvenes en Túnez y el tren tenía allí su última parada, así que
supusimos que iban hasta allí. Tal vez sospechase de ellos la poli. Comimos
unas naranjas.
Acarreo de agua en Fez |
Nada más llegar a la estación de Orán un chico y una chica
se nos acercaron y nos preguntaron si teníamos algún problema. Con total
inocencia les dijimos que no íbamos a poder cambiar dinero y ellos se prestaron
a pagarnos un taxi hasta la dirección del albergue juvenil que llevábamos, tal
vez allí nos cambiasen. Pero no había
ninguna plaza libre y además no estaban dispuestos a cambiarnos ni un franco.
Nos llevaron entonces a un hotel grande, demasiado caro para nosotras y allí
tampoco nos cambiaron el dinero. El taxista se ofreció a cambiarnos algo de
dinero, pero Linda y Tayeb se negaron y nos llevaron a su casa.
Costa de Orán |
Vivían a las fueras de Orán, en un barrio de casas de una sola planta llamado Bir el Djir. Entramos en la casa y rápidamente se encargaron de ponernos Televisión Española y Linda nos preparó un cola-cao. En la tele estaban dando el tiempo. Todavía no había leído el libro de Juan Goytisolo, de otro modo me hubiese sentido como Don Julián viendo el mapa de la ingrata España con sus isobaras y frentes en una televisión de Tánger. Era una casa luminosa y acogedora, con un patio que tenía una higuera en el centro y un puercoespín que Tayeb lanzaba de un lado para otro para que se convirtiera en una bola de púas. Después estaba la cocina, con una tele, una mesa y tal vez un frigorífico, no lo recuerdo. Ellos dormían allí, sobre un colchón. A nosotras nos llevaron a otra habitación desnuda de muebles a excepción de un par de colchones donde dejamos las mochilas. El baño era un cubículo de apenas un metro cuadrado con un agujero diminuto que a la mínima se atascaba; por eso, apoyado a la pared había un palo. Completaba el cuadro un balde que servía tanto de cisterna para el váter como de alcachofa de ducha. El agua se tomaba de un grifo bajo en la pared a mano izquierda según se entraba.
Vivían a las fueras de Orán, en un barrio de casas de una sola planta llamado Bir el Djir. Entramos en la casa y rápidamente se encargaron de ponernos Televisión Española y Linda nos preparó un cola-cao. En la tele estaban dando el tiempo. Todavía no había leído el libro de Juan Goytisolo, de otro modo me hubiese sentido como Don Julián viendo el mapa de la ingrata España con sus isobaras y frentes en una televisión de Tánger. Era una casa luminosa y acogedora, con un patio que tenía una higuera en el centro y un puercoespín que Tayeb lanzaba de un lado para otro para que se convirtiera en una bola de púas. Después estaba la cocina, con una tele, una mesa y tal vez un frigorífico, no lo recuerdo. Ellos dormían allí, sobre un colchón. A nosotras nos llevaron a otra habitación desnuda de muebles a excepción de un par de colchones donde dejamos las mochilas. El baño era un cubículo de apenas un metro cuadrado con un agujero diminuto que a la mínima se atascaba; por eso, apoyado a la pared había un palo. Completaba el cuadro un balde que servía tanto de cisterna para el váter como de alcachofa de ducha. El agua se tomaba de un grifo bajo en la pared a mano izquierda según se entraba.
Tras la reconfortante ducha Tayeb nos invitó a tomar un helado con alguno de sus amigos en un chiringuito del pueblo. Linda, aunque le protestamos, nos obligó a salir de casa tal cual estábamos, con apenas unas bragas de deporte y una camiseta. Gracias a dios estaba oscuro y no nos vio mucha gente del barrio. Los magrebíes ven demasiadas películas occidentales y llegan a conclusiones un tanto extremas. Creo que ese día no salimos a cenar fuera, pero el resto de los días que permanecimos en casa de Linda y Tayeb no nos acostamos ningún día antes de las cuatro o cinco de la madrugada. Cada día nos invitaba a cenar una familia del barrio, se ponían a bailar y a charlar hasta que oían al almuédano llamar a la oración de la madrugada.
Tras la reconfortante ducha Tayeb nos invitó a tomar un helado con alguno de sus amigos en un chiringuito del pueblo. Linda, aunque le protestamos, nos obligó a salir de casa tal cual estábamos, con apenas unas bragas de deporte y una camiseta. Gracias a dios estaba oscuro y no nos vio mucha gente del barrio. Los magrebíes ven demasiadas películas occidentales y llegan a conclusiones un tanto extremas. Creo que ese día no salimos a cenar fuera, pero el resto de los días que permanecimos en casa de Linda y Tayeb no nos acostamos ningún día antes de las cuatro o cinco de la madrugada. Cada día nos invitaba a cenar una familia del barrio, se ponían a bailar y a charlar hasta que oían al almuédano llamar a la oración de la madrugada.
La primera noche nos cubrieron la palma de una de las manos
con henna y después nos taparon la mano con una bolsa de plástico. Recuerdo el
olor como a pescado durante toda la noche cada vez que acercaba sin querer mi
mano a la cara. Por la mañana nos quitamos el barro y descubrimos las uñas y la
palma de la mano rojas. Nos sacamos unas fotos vestidas con antiguos vestidos de
Linda enseñando la palma color alheña. La palma perdió su color en un mes pero
las uñas permanecieron rojas un año entero.
Otro día cenamos en casa de Larbi, Nourdin, Sariha y Radia.
Todos eran muy jóvenes, más incluso que nosotras. Larbi tenía 17años y Radia
aún menos. Su madre quería que me casase con Larbi y me lo trajese a España. No
me echaban más de 13 años, aunque tenía 21. Yo alegué que comía demasiado y me
iba a dar mucho trabajo. Sariha tenía unos 20 años y el pelo muy corto y estudiaba matemáticas. Radia era muy hermosa y nos bailó una danza sensual antes de que los chicos se luciesen en un
baile más bien de guerra con brazos que simulaban armas al ritmo de los
golpeteos de Nourdin en una especie de cajón flamenco improvisado.
Esperando el autobús. Orán |
Día de playa. Orán |
Un día después de comer se presentaron los chicos en casa y nos dijeron que nos íbamos a la playa. Linda nos preparó la merienda: una bolsa con Petit Suise, huevos cocidos… Salimos con Nourdin, Larbi, Mohamed, Tayeb, Hamed y Saïd –a las chicas no las invitaron- a la carretera y nos pusimos a esperar que pasase cualquier medio de transporte que fuese hacia la playa: la moto de un amigo, la furgoneta de un conocido, un taxi, un autobús… lo que fuese. Total, que llegamos a la playa por tandas. Una vez allí bajamos por un risco escarpado escuchando los “atention, atention!” de alguno de los chicos que cuidaba que no tropezásemos. En la playa había familias pasando allí unos días en tiendas de campaña puestas en la misma playa y otras que por la tarde volverían a casa. Nos despojamos de nuestras ropas y en bikini tomamos el sol y nos bañamos. Las mujeres argelinas se bañaban vestidas, así que supongo que llamaríamos la atención, aunque no nos lo hicieron notar.
Lo mejor fue cuando terminado el día de playa subiendo por
el risco hacia la carretera Hamed nos indicó una pequeña casita que hacía las
veces de ducha. Había dos contiguas: la de los chicos y la de las chicas. Cual
no fue nuestra sorpresa cuando al abrir la puerta de la casucha nos encontramos
sin ningún tipo de transición en un cuarto oscuro de apenas cinco metros
cuadrados con una piscina repleta de mujeres… ¡totalmente desnudas!, rodeadas de niños también desnudos. Como el
agua no les llegaba ni a las rodillas y la piscina era demasiado pequeña para
tanta mujer, el cuadro era realmente sorprendente, vamos a decir sensual, para muchos
hombres sin duda –y a pesar de los niños- muy erótico, más teniendo en cuenta
que en la playa no se les ve ni un poco de piel. Nos metimos en la piscina como
pudimos, nos quitamos la arena y nos vestimos. Lo que no pudimos fue quitarnos
el asombro de encima.
En la carretera. |
Para volver al barrio otra vez había que tirarse a la carretera
y esperar tener suerte, pero en este caso observamos como Nourdin y Saïd algo
tramaban. En efecto, acabamos las dos solas con ellos en un autobús del que nos hicieron bajar antes
de llegar al barrio. Había una especie de discoteca prácticamente vacía, donde
Saïd insistió en que tomásemos un whisky, lo mismo que tomó él. Nourdin, sin
embargo, se tomó una coca-cola. Después volvimos al barrio andando y… ¡de la
mano! Saïd nos contó que era huérfano y
que estaba ahorrando para largar de Argelia –esa fue la tónica durante nuestro
viaje a Argelia, todos tenían francos ahorrados que no dudaban en mostrarnos y
el sueño de huir a Europa-. Cuando
llegamos a casa, Linda y Tayeb nos dijeron que habían estado a punto de llamar
a la policía y que a ver qué había bebido Nourdin; al parecer había tenido
problemas con el alcohol. A Saîd no le dejaron acercarse a nosotras en todos
los días que permanecimos allí.
Por fin, llegó el día en que los bancos abrían y Linda y
Tayeb y
creo que algún otro vecino nos acompañaron al centro a cambiar dinero y
comprar el billete de autobús a Ghardaïa. Nuestro plan inicial era ir a Argel,
pero como nos habíamos entretenido mucho en Orán, decidimos ir directamente al
desierto. El día que salíamos Linda nos preparó una bolsa llena de comida,
según ellos el desierto era muy caro y no les parecía que hubiésemos cambiado
suficiente dinero. Nosotras creímos en ese momento que el comportamiento de
estas gentes era una afortunada excepción, pero durante el viaje por el país
nos dimos cuenta que en Argelia la hospitalidad desinteresada era la norma:
sólo conseguimos dormir en hotel cuatro o cinco días durante el mes que pasamos
allí.
Casco viejo de Ghardaïa |
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