jueves, 27 de diciembre de 2012

Orán 1989

"En Orán como en todas partes, sea por falta de tiempo o de reflexión,
no hay más remedio que amar sin saberlo"
                                                                             Albert Camus, La Peste

 
 

Música para acompañar esta lectura: http://www.youtube.com/watch?v=scxutliSHYM
 
Cuando llegamos a la frontera de Oujda la policía argelina nos dijo que tendríamos dificultades para poder cambiar dinero. Era la fiesta del cordero y, además, una vez acabada ésta coincidía que era fin de semana, así que los bancos iban a estar cerrados unos días.
Acarreo de agua en Fez
Podíamos probar en el hotel. Viajábamos en tren, veníamos de Fez de donde el tren había salido a las dos de la madrugada.  Un joven nos ayudó con los papeles de entrada al país y nos hizo una señal para que nos pusiésemos en la fila adecuada, la de las mujeres. Nosotras nos habíamos colocado en la más larga, no habíamos caído en  que en esa sólo había hombres. Cuando se bajó en Sidi Bel Abbés  nos saludó sonriente. Nosotras seguíamos hasta Orán. La policía subió con perros al tren  en alguna parada y una mujer toda tapada pero que cada vez que se ponía bien el chador dejaba ver unos pechos voluptuosos nos dijo que buscaban droga. En la estación de Fez mientras esperábamos el tren unos jóvenes tocaban tambores y cantaban. Leímos en el periódico que había un encuentro de jóvenes en Túnez y el tren tenía allí su última parada, así que supusimos que iban hasta allí. Tal vez sospechase de ellos la poli. Comimos unas naranjas.


Nada más llegar a la estación de Orán un chico y una chica se nos acercaron y nos preguntaron si teníamos algún problema. Con total inocencia les dijimos que no íbamos a poder cambiar dinero y ellos se prestaron a pagarnos un taxi hasta la dirección del albergue juvenil que llevábamos, tal vez allí nos cambiasen.  Pero no había ninguna plaza libre y además no estaban dispuestos a cambiarnos ni un franco. Nos llevaron entonces a un hotel grande, demasiado caro para nosotras y allí tampoco nos cambiaron el dinero. El taxista se ofreció a cambiarnos algo de dinero, pero Linda y Tayeb se negaron y nos llevaron a su casa.
Costa de Orán


Vivían a las fueras de Orán, en un barrio de casas de una sola planta llamado Bir el Djir. Entramos en la casa y rápidamente se encargaron de ponernos Televisión Española y Linda nos preparó un cola-cao. En la tele estaban dando el tiempo. Todavía no había leído el libro de Juan Goytisolo, de otro modo me hubiese sentido como Don Julián viendo el mapa de la ingrata España con sus isobaras y frentes en una televisión de Tánger. Era una casa luminosa y acogedora, con un patio que tenía una higuera en el centro y un puercoespín que Tayeb lanzaba de un lado para otro para que se convirtiera en una bola de púas. Después estaba la cocina, con una tele, una mesa y tal vez un frigorífico, no lo recuerdo. Ellos dormían allí, sobre un colchón. A nosotras nos llevaron a otra habitación desnuda de muebles a excepción de un par de colchones donde dejamos las mochilas. El baño era un cubículo de apenas un metro cuadrado con un agujero diminuto que a la mínima se atascaba; por eso, apoyado a la pared había un palo. Completaba el cuadro un balde que servía tanto de cisterna para el váter como de alcachofa de ducha. El agua se tomaba de un grifo bajo en la pared a mano izquierda según se entraba.


Tras la reconfortante ducha Tayeb nos invitó a tomar un helado con alguno de sus amigos en un chiringuito del pueblo. Linda, aunque le protestamos, nos obligó a salir de casa tal cual estábamos, con apenas unas bragas de deporte y una camiseta. Gracias a dios estaba oscuro y no nos vio mucha gente del barrio. Los magrebíes ven demasiadas películas occidentales y llegan a conclusiones un tanto extremas. Creo que ese día no salimos a cenar fuera, pero el resto de los días que permanecimos en casa de Linda y Tayeb no nos acostamos ningún día antes de las cuatro o cinco de la madrugada. Cada día nos invitaba a cenar una familia del barrio, se ponían a bailar y a charlar hasta que oían al almuédano llamar a la oración de la madrugada.

La primera noche nos cubrieron la palma de una de las manos con henna y después nos taparon la mano con una bolsa de plástico. Recuerdo el olor como a pescado durante toda la noche cada vez que acercaba sin querer mi mano a la cara. Por la mañana nos quitamos el barro y descubrimos las uñas y la palma de la mano rojas. Nos sacamos unas fotos vestidas con antiguos vestidos de Linda enseñando la palma color alheña. La palma perdió su color en un mes pero las uñas permanecieron rojas un año entero.

Otro día cenamos en casa de Larbi, Nourdin, Sariha y Radia. Todos eran muy jóvenes, más incluso que nosotras. Larbi tenía 17años y Radia aún menos. Su madre quería que me casase con Larbi y me lo trajese a España. No me echaban más de 13 años, aunque tenía 21. Yo alegué que comía demasiado y me iba a dar mucho trabajo. Sariha tenía unos 20 años y el pelo muy corto y estudiaba matemáticas. Radia era muy hermosa y nos bailó una danza sensual  antes de que los chicos se luciesen en un baile más bien de guerra con brazos que simulaban armas al ritmo de los golpeteos de Nourdin en una especie de cajón flamenco improvisado.



Esperando el autobús. Orán
Durante el día un día nos llevaron al centro de Orán a comer pasteles de garbanzos y beber un café. Cada vez que algún chico nos dirigía la palabra, Linda decía que no nos fiásemos de nadie, que no sé cuándo  había aparecido alguien muerto y hacía el gesto de rebanarse el cuello. Otro día fuimos con Linda y Tayeb a Sidi Bel Abbés donde Linda daba clases. Tayeb argumentó sentirse mal para no ir a trabajar al puerto y poder venir con nosotras. Paseando por la ciudad Linda nos compró un pintalabios y alguna bisutería. Durante todo el tiempo que estuvimos con ellos no gastamos un duro –todavía no teníamos dinares- y encima nos lavaban la ropa y nos hacían regalos –en realidad esa fue la tónica general durante todo el viaje por Argelia-.


Día de playa. Orán


Un día después de comer se presentaron los chicos en casa  y nos dijeron que nos íbamos a la playa. Linda nos preparó la merienda: una bolsa con Petit Suise, huevos cocidos… Salimos con Nourdin, Larbi, Mohamed, Tayeb, Hamed y Saïd –a las chicas no las invitaron- a la carretera y nos pusimos a esperar que pasase cualquier medio de transporte que fuese hacia la playa: la moto de un amigo, la furgoneta de un conocido, un taxi, un autobús… lo que fuese. Total, que llegamos a la playa por tandas. Una vez allí bajamos por un risco escarpado  escuchando los “atention, atention!” de alguno de los chicos que cuidaba que no tropezásemos. En la playa había familias pasando allí unos días en tiendas de campaña puestas en la misma playa y otras que por la tarde volverían a casa. Nos despojamos de nuestras ropas y en bikini tomamos el sol y nos bañamos. Las mujeres argelinas se bañaban vestidas, así  que supongo que llamaríamos la atención, aunque no nos lo hicieron notar.


En la carretera.
Lo mejor fue cuando terminado el día de playa subiendo por el risco hacia la carretera Hamed nos indicó una pequeña casita que hacía las veces de ducha. Había dos contiguas: la de los chicos y la de las chicas. Cual no fue nuestra sorpresa cuando al abrir la puerta de la casucha nos encontramos sin ningún tipo de transición en un cuarto oscuro de apenas cinco metros cuadrados con una piscina repleta de mujeres… ¡totalmente desnudas!,  rodeadas de niños también desnudos. Como el agua no les llegaba ni a las rodillas y la piscina era demasiado pequeña para tanta mujer, el cuadro era realmente sorprendente, vamos a decir sensual, para muchos hombres sin duda –y a pesar de los niños- muy erótico, más teniendo en cuenta que en la playa no se les ve ni un poco de piel. Nos metimos en la piscina como pudimos, nos quitamos la arena y nos vestimos. Lo que no pudimos fue quitarnos el asombro de encima.

Para volver al barrio otra vez había que tirarse a la carretera y esperar tener suerte, pero en este caso observamos como Nourdin y Saïd algo tramaban. En efecto, acabamos las dos solas con ellos  en un autobús del que nos hicieron bajar antes de llegar al barrio. Había una especie de discoteca prácticamente vacía, donde Saïd insistió en que tomásemos un whisky, lo mismo que tomó él. Nourdin, sin embargo, se tomó una coca-cola. Después volvimos al barrio andando y… ¡de la mano!  Saïd nos contó que era huérfano y que estaba ahorrando para largar de Argelia –esa fue la tónica durante nuestro viaje a Argelia, todos tenían francos ahorrados que no dudaban en mostrarnos y el sueño de huir a Europa-.  Cuando llegamos a casa, Linda y Tayeb nos dijeron que habían estado a punto de llamar a la policía y que a ver qué había bebido Nourdin; al parecer había tenido problemas con el alcohol. A Saîd no le dejaron acercarse a nosotras en todos los días que permanecimos allí.

Por fin, llegó el día en que los bancos abrían y Linda y Tayeb y
Casco viejo de Ghardaïa
creo que algún otro vecino nos acompañaron al centro a cambiar dinero y comprar el billete de autobús a Ghardaïa. Nuestro plan inicial era ir a Argel, pero como nos habíamos entretenido mucho en Orán, decidimos ir directamente al desierto. El día que salíamos Linda nos preparó una bolsa llena de comida, según ellos el desierto era muy caro y no les parecía que hubiésemos cambiado suficiente dinero. Nosotras creímos en ese momento que el comportamiento de estas gentes era una afortunada excepción, pero durante el viaje por el país nos dimos cuenta que en Argelia la hospitalidad desinteresada era la norma: sólo conseguimos dormir en hotel cuatro o cinco días durante el mes que pasamos allí.

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