Bahía de Inhambane |
El dhow del señor João |
A menudo olvidamos hasta qué punto dependemos de las fuerzas de la naturaleza y no somos conscientes de que somos nosotros quienes estamos a sus órdenes y no al contrario. En Inhambane decidimos dar una vuelta por la bahía en uno de los clásicos barcos a vela árabes que surcan el Índico desde Somalia a Mozambique. Estábamos charlando con una mozambiqueña de origen portugués que regenta una cafetería- restaurante en la estación de machibombos, nos comentaba que tenía una prima en Galicia y que había estado un año de vacaciones en Isla Cristina, cuando se nos ocurrió comentarle que tal vez sabría a quién podíamos acudir para que nos diese una vuelta en dhow por la bahía. Nos dijo que preguntásemos en el puerto a cualquier pescador, pero que era más seguro pasear en barco en Tofo o Vilankulo, que ella había pasado más de un mal trago en esos barcos, que se llenan de agua…
Desde el barco del señor João |
Como si nos hubiesen leído el pensamiento al volver después de comer hacia nuestro hotel y pasar por la marginal de Inhambane, un joven se ofreció a darnos una vuelta por la bahía en dhow. Aceptamos gustosas y todo fue de perlas, la mar estaba en calma, hacía un día espléndido y nos dejamos mecer por el vaivén del agua, acompañadas por grupos de flamencos aquí y allí y por dhows de atareados pescadores. Como nos gustó la experiencia, nada de ruidos de motores, sólo el sonido del achicar agua y el viento, decidimos quedar otra vez con el capitán João y su ayudante para el domingo acercarnos a las islas dos porcos y de las ratas.
DHow de pescadores haciendo un descanso |
Pero esta vez la cosa no fue tan bien. Debido a la marea baja, el agua no acababa de llegar al barco por lo que el inicio de la excursión se iba posponiendo minutos y más minutos. Cuando por fin la marea empezó a subir y llegó al nivel de flotación del barco, hubo que esperar a izar la vela a estar fuera de la bahía y para llegar hasta ese punto se vieron obligados a mover el barco mediante la fuerza bruta, empujando una larga vara de bambú contra el fondo del mar. La mar estaba mucho más revuelta que el día anterior, y una vez desplegada la vela el barco se desplazaba
veloz azuzado por olas que amenazaban empaparnos. Los flamencos sólo de vez en cuando abandonaban el agua y desplegaban sus alas con elegancia para volar en grupo un poco más allá. Posados en el agua sus cuellos semejaban interrogaciones, tal vez se preguntaran extrañados qué hacíamos un día como aquel de paseo.
Flamencos en la bahía de Inhambane |
El viaje hasta las islas fue rápido, el viento soplaba a favor. Los
La costa de babor a la que nos llevaba el barco |
Siempre a babor |
Maxixe |
Ya ha salido lal luna |
Amanecer en la bahía de Inhambane |
Al final pudimos llegar a las traseras de la Casa del Capitaõ, dejaron el dhow cerca del barco hundido y fuimos andando con el agua casi hasta las rodillas bordeando el mencionado hotel y el restaurante Comodoro hasta el embarcadero de al lado del Machibombo Bay, nuestro hotel. Llegamos sanos y salvos, pero João y el ayudante entre el frío y el sudor se cogieron un catarro de aúpa. Había “ventanilha”, nos dijeron.
La marea no termina de subir. Imposible salir. |
Sin duda, la “gallega” tenía razón. El mar no es para tomárselo a broma. ¿Qué malos tragos no pasarían antiguamente los marinos que surcaban estas aguas, en mar abierto, a veces realizando largas travesías, con la única ayuda de la vela, sin un motor que les ayudase en momentos como los que vivimos nosotras? Afortunadamente, en Vilankulo los dhows que te acercan a las islas del archipiélago de Bazaruto, todos tienen motor, que utilizan para que la travesía a la isla de Bazaruto no se haga pesada (hay como dos horas ulilizando en buena parte del trayecto el motor, si no lo utilizasen dependiendo del estado de la mar el viaje podría eternizarse), y que en caso de mala mar, sin duda garantiza que el viaje termine bien.
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