martes, 21 de enero de 2014

EL DOHW DEL SEÑOR JOÃO




Bahía de Inhambane






El dhow del señor João


A menudo olvidamos hasta qué punto dependemos de las fuerzas de la naturaleza y no somos conscientes de que somos nosotros quienes estamos a sus órdenes y no al contrario. En Inhambane decidimos dar una vuelta por la bahía en uno de los clásicos barcos a vela árabes que surcan el Índico desde Somalia a Mozambique. Estábamos charlando con una mozambiqueña de origen portugués que regenta una cafetería- restaurante en la estación de machibombos, nos comentaba que tenía una prima en Galicia y que había estado un año de vacaciones en Isla Cristina, cuando se nos ocurrió comentarle que tal vez sabría a quién podíamos acudir para que nos diese una vuelta en dhow por la bahía. Nos dijo que preguntásemos en el  puerto a cualquier pescador, pero que era más seguro pasear en barco en Tofo o Vilankulo, que ella había pasado más de un mal trago en esos barcos, que se llenan de agua…



Desde el barco del señor João

 Como si nos hubiesen leído el pensamiento al volver después de comer hacia nuestro hotel  y pasar por la marginal de Inhambane, un joven se ofreció a darnos una vuelta por la bahía en dhow. Aceptamos gustosas y todo fue de perlas, la mar estaba en calma, hacía un día espléndido y nos dejamos mecer por el vaivén del agua, acompañadas por  grupos de flamencos aquí y allí y por dhows de atareados pescadores. Como nos gustó la experiencia, nada de ruidos de motores, sólo el sonido del achicar agua y el viento, decidimos quedar otra vez con el capitán João y su ayudante para el domingo acercarnos a las islas dos porcos y de las ratas.
 

 
DHow de pescadores haciendo un descanso

 

Pero esta vez la cosa no fue tan bien. Debido a la marea baja, el  agua no acababa de llegar al barco por lo que el inicio de la excursión se iba posponiendo minutos y más minutos. Cuando por fin la marea empezó a subir y llegó al nivel de flotación del barco, hubo que esperar a izar la vela a estar fuera de la bahía y para llegar hasta ese punto se vieron obligados a mover el barco mediante la fuerza bruta, empujando una larga vara de bambú contra el fondo del mar. La mar estaba mucho más revuelta que el día anterior, y una vez desplegada la vela el barco se desplazaba
Flamencos en la bahía de Inhambane
veloz azuzado por olas que amenazaban empaparnos. Los flamencos sólo de vez en cuando abandonaban el agua y desplegaban sus alas con elegancia para volar en grupo un poco más allá. Posados en el agua sus cuellos semejaban interrogaciones, tal vez se preguntaran extrañados qué hacíamos un día como aquel  de paseo.








El viaje hasta las islas fue rápido, el viento soplaba a favor. Los
La costa de babor a la que nos llevaba el barco
problemas vinieron cuando emprendimos el camino de vuelta hacia las 14:30, ahí empezó el calvario. Una y otra vez con una tozudez desesperante, según llegábamos a Maxixe el viento volvía a empujarnos a babor. Cuando ya parecía que Inhambane estaba cerca, cuando casi se podía tocar con los dedos, nos estrellábamos contra un muro invisible de aire que nos empujaba otra vez hacia atrás. Íbamos en zig-zag de un lado a otro de la bahía. Cerca de Maxixe, el ayudante echaba el ancla y se servía  de la cuerda a la que va atada para, tirando de ella, intentar cambiar la dirección del barco. Bien, volvíamos hacia Inhambane. Pero al poco el barco se volvía a desviar hacia la costa de babor y otra vez a intentar direccionar bien el barco, en una ocasión bajando uno de ellos a tierra para intentar cambiar el rumbo. No conté cuántas veces lo intentó el señor João, muchas.

Siempre a babor
Ya pensaba que íbamos a pasar la noche  a la deriva en la bahía, que moriríamos de hipotermia. A veces el barco, a su rollo, se dirigía seguro a Maxixe. Inhambane estaba ahí, muy cerquita, pero inalcanzable. Parecía que João había decidido llevarnos a Maxixe. Bueno, ya cogeríamos allí el ferry, el último era a las 17:30. Pero no era eso lo que João tenía en mente. Nos pidió a todos que nos sentásemos en la proa y en tres o cuatro ocasiones cuando llegábamos a la corriente buena que nos llevaría a nuestro destino, esperaban la ráfaga de viento adecuada  y el  ayudante del capitán corría al mástil y tensaba la vela todo lo que podía, con el fin de encaminar el barco correctamente por fin. Incluso había momentos en que parecía que lo había conseguido y que el barco se rendía, bajaba las orejas y nos llevaba manso a Inhambane. Pero sólo era una ilusión, cuando más cerca parecía que estaba ya el puerto, el barco burlón viraba de improviso haciendo que nuestro cuerpo
Maxixe
temblara otra vez de frío, que una mueca de disgusto apareciese en nuestro rostro. Debido al fuerte oleaje, cuando mantenían el barco quieto en busca de la ráfaga buena, la embarcación se llenaba de agua que luego había que achicar con rapidez. Ni un momento de descanso. Apenas hablábamos. Ellos sílabas sueltas, nosotras ni eso.






Ya ha salido lal luna
Se hizo de noche y la marea volvió a bajar. Era esto lo que el señor  João estaba esperando, al parecer, como última posibilidad de desembarcar en Inhambane. Por eso, no nos había dejado en Maxixe, desde donde podríamos haber cogido el ferry. Según nos acercamos a Maxixe, volvieron a tensar la vela para dirigirnos lo más certeramente posible hacia el puerto y antes de llegar al punto en que el barco se había empeñado en virar a babor desbaratando nuestros deseos, tomaron la vara de bambú y vieron si podían tocar fondo. Con gran esfuerzo, João y su ayudante empezaron a acercar el barco a la ensenada  empujando con fuerza el bambú contra el  limo del fondo, recogiendo antes parte de la vela para amainar la fuerza del viento. Las olas eran fuertes y el barco a veces se viraba  a un lado peligrosamente. La luna llena hacía tiempo que había salido, estábamos entumecidas. Cada vez que uno de ellos se paraba un poco para descansar, el barco se les desviaba. Nosotras conteníamos el aliento. No sabíamos cómo ayudar, cómo hacernos más livianas.


Amanecer en la bahía de Inhambane


 Al final pudimos llegar a las traseras de la Casa del Capitaõ,  dejaron el dhow cerca del barco hundido y fuimos andando con el agua casi hasta las rodillas bordeando el  mencionado hotel  y el restaurante Comodoro hasta el embarcadero de al lado del Machibombo Bay,  nuestro hotel. Llegamos sanos y salvos, pero João y el ayudante entre el frío y el sudor se cogieron un catarro de aúpa. Había “ventanilha”, nos dijeron.








La marea no termina de subir. Imposible salir.


Sin duda, la “gallega” tenía razón. El mar no es para tomárselo a broma. ¿Qué malos tragos no pasarían antiguamente los marinos que surcaban estas aguas, en mar abierto, a veces realizando largas travesías, con la única ayuda de la vela, sin un motor que les ayudase en momentos como los que vivimos nosotras? Afortunadamente, en Vilankulo los dhows que te acercan a las islas del archipiélago de Bazaruto, todos tienen motor, que utilizan para que la travesía a la isla de Bazaruto no se haga pesada (hay como dos horas ulilizando en buena parte del trayecto el motor, si no lo utilizasen dependiendo del estado de la mar el viaje podría eternizarse), y que en caso de mala mar, sin duda garantiza que el viaje termine bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario