martes, 19 de agosto de 2014

De Tamatave a Maroantsetra en taxi brousse

La RN5. Madagascar.



La RN5. Madagascar. Esperando al transbordador para cruzar uno de tantos ríos.





RN5. Hay que bajarse de nuevo del coche y seguir andando.
Nuestra intención, dada la dificultad de la carretera, era ir en barco y hacer la vuelta en taxi brousse. Me había puesto en contacto con Melissa express y en principio me dijeron que sí había barco, que les avisase unos 15 días antes y me reservaban las plazas. Pero cuando les pedí que me reservaran me dijeron que al ser invierno (allí, era julio) no sabían si podrían salir por la mala mar, que ya me dirían. Ya en Madagascar, gracias a la WiFi del hotel Le Flamboyan de Tamatave supe que finalmente el barco no saldría.

Eso hizo que dudásemos si ir hacia Maroantsetra o cambiar de planes e intentar ir a Diego Suarez. Pero no sé porqué el vendedor de billetes de la empresa Kofifen me dio cierta confianza y decidimos comprar dos billetes a Maroantsetra. Había servicio un día después y nos dijo que tardaría dos días. Habíamos preguntado en la caseta que anunciaba viajes a Diego y nos habían dicho que había servicio todos los días, pero acto seguido nos pidieron el número de móvil lo que nos hizo suponer que lo de taxi diario eran fantasías del jefe.

RN5. Lo mejor es ir descalzo.
A Maroantsetra, pues. La rendez-vous el jueves a las 15:00 para salir a las 16:00 o 17:00. Hasta entonces esa había sido la media de espera para salir en un taxi brousse, así que nos apareció lo normal. Acudimos puntuales a lo que los malgaches denominan "estación", un lodazal, el jueves aún mas enfangado de lo normal y lleno de enormes charcos debido a las lluvias nocturnas, en donde se concentran cubículos de unos 6 u 8 metros cuadrados que hacen las veces de taquilla, consigna y sala de espera-desespera de las diferentes compañías, las cuales además exhiben sus vehículos justo en frente obstaculizando la visión de la caseta y la entrada y estancia de los viajeros, que además han de hacer hueco a los vendedores de linternas y demás.
Pesando los bultos en la "estación" de Tamatave

Nos dispusimos a esperar de pie, esperanzadas, ya que había dos 4x4 cerrando el habitáculo, y delante de uno de ellos, el nuestro, ya habían amontonado algunos sacos de arroz y diversas bolsas previamente pesadas y pronto empezaron a empotrarlas a presión primero en la parte trasera del pick-up y luego en la baca. El trabajo es arduo, es como una especie de tetris en el que cada pieza debe encajar, ya que, como luego comprobaríamos, la carretera exige mantener un equilibrio de pesos exhaustivo, matemático, si no quiere uno que acabe volcando. Tras cubrir los equipajes con un toldo de plástico para que no se mojen, lo aprietan bien con cuerdas y colocan el resto, los pollos en cestas, balones y demás bártulos encima de la cabina. A todo esto, ya estaban cubriendo las maletas con  un plástico y seguían sin coger nuestras mochilas. Vaya, parece que ese no era nuestro coche. ¿Cual es el nuestro?, pregunté. - Elle est là, me dijo el oficinista señalando hacia el otro Toyota. Ya eran las 16:00 y todavía había que cargar el coche, no era muy alentador pero ya habían empezado a amontonar bultos delante de él, ¡bien! Entretanto el coche ya cargado se movió hacia delante -nadie se montó- y vino un Toyota rojo. También vino más gente con más bultos para llenar aún más el pequeño espacio que además de consigna, oficina y demás se utiliza para pesar las maletas y sacos de más de 10 o 15 kilos. Aquello parecía el camarote de los hermanos Marx. Por supuesto no hay baño en ninguna parte. Aunque a sabiendas de lo que nos esperaba habíamos salido del hotel bien meadas, el tema ya nos empezaba a preocupar. Llenaron la segunda pick-up, la nuestra, pero ya estaban poniendo los toldos y nuestras mochilas seguían en consigna como base de apoyo de un hombre allí tumbado de desesperación. ¿Qué pasa con nuestras mochilas?, pregunté de nuevo al joven. Vuestro coche viene en 15 minutos, dijo tan tranquilo. ¿Cómo? ¿Aún no ha venido? O sea, no era la primera pick-up, como ya sabíamos, ni  la segunda, como acabábamos de enterarnos, pero es que tampoco era la roja que había llegado después y al lado de la que ya había bultos amontonados. Se hizo de noche, seguían pesando y amontonando bultos, colocando bártulos en pick-ups que nunca salían... Dieron las siete, alguna Toyota parece que hizo un amago de iniciar la marcha y entonces llegó nuestro coche.

En el transbordador
Finalmente a las 20:00 nos dijeron que ya podíamos montarnos. 5 horas de espera, 5. Habíamos cogido cabina, por supuesto. Delante, con el conductor van otras dos personas y atrás meten 4 personas en el espacio de tres, en plan lemur, bien juntitos. En la parte trasera del Toyota ni sé calcular cuanta gente meten, unos 15 sí, niños y bebés incluidos. Estábamos ya dentro del coche aspirando los humos del camión aparcado al lado cuando descubrimos que las ventanas no se podían cerrar, había que pedir la manivela al conductor cada vez que se quería abrir o cerrar la ventanilla. Luego descubriríamos que una de las puertas tampoco se podía abrir desde dentro, lo cual era un fastidio debido a que cada dos por tres hay que bajarse del automóvil. El conductor se montó y... vaya, ¡qué sorpresa!, no había forma de hacer arrancar el coche, hubo que empujar un par de veces y al fin salimos. El coche no iba bien, sin embargo, y tuvimos que parar varias veces para que el conductor examinara el motor. Al principio pensamos que los coches esperaron a salir prácticamente todos a una para poder ayudarse ante las dificultades del viaje. ¡Qué ilusas! El conductor tuvo que buscarse la vida él solito, paró en un pueblo y pidió alguna herramienta o pieza o algún tipo de arreglo en una casa que le habían indicado personas del pueblo a las que había preguntado y posteriormente anduvo como una hora en el motor hasta que quedó satisfecho. En la Lonely Planet ponía que el viaje podía durar entre 2 y 7 días: estaba claro que con ese coche iba a durar toda la semana, pasaríamos el mes yendo y viniendo de Maroantsetra. ¡Vaya plan! 
Parada para desayunar



Paramos en un pueblo con karaoke a cenar –y a mear detrás de unas casas en la oscuridad- y hacia las 2 de la madrugada llegamos a Soanierana-Ivongo y allí paramos a dormir, lo que hicimos la mayoría de los viajeros en el coche.

RN5. Transbordador. Preparandose para ir a tierra.
Habíamos hecho la parte fácil de la carretera, los 100 km de carretera asfaltada. Tardamos 6 horas (aquí no cuento las 5 de espera hasta que salimos), pero si el coche hubiese estado en buenas condiciones habríamos tardado 3. Los otros 200 km de pista sin asfaltar hasta Maroantsetra nos costaría hacerlos, en cambio, 4 días, es decir, hicimos una media de 50 km, no a la hora sino… ¡al día! Y eso saliendo temprano a la mañana hacia las 4 o 5 de la madrugada y parando a dormir hacia las 19:00 o 20:00, ya noche cerrada, ya que allí anochece para las 17:30. La razón es que lo que llaman carretera es en realidad una sucesión ininterrumpida de agujeros generalmente llenos de agua cuyo diámetro va de un lado a otro de la pista y en los que un coche sumergido no dejaría a la vista ni la baca. De hecho, es fácil ver patos u ocas gozando tranquilamente de un baño en esos grandes charcos que jalonan la carretera, está claro que sus lúcidas aunque erradas mentes deducen que por ahí es imposible que pueda importunarles algún coche. Por otra parte en un largo tramo antes de llegar a Mananara la pista se convierte en un auténtico camino de cabras, lleno de piedras y de piso resbaloso, un sube y baja que deja a un lado los acantilados y el mar. Para atravesarlo es necesario que los viajeros de la parte trasera, los que no van en cabina, se bajen  cada dos por tres y continúen andando y que alguno de ellos y/o el ayudante del conductor se agarren por fuera a los lados del vehículo y hagan contrapeso para evitar que el vehículo vuelque o se quede atorado. Mientras, otro ayudante  a sueldo o voluntario va a veces andando otras corriendo estudiando el camino y mostrándole al conductor el paso más adecuado. Aun así de vez en cuando el coche queda atrapado en el barro y hay que poner alguna piedra o rama y empujar o hacer contrapeso para salir del atolladero. Todo esto sucede cada cinco metros, por lo que este tramo que cuesta hacer unas 4 horas o más y que te produce un dolor de cervicales considerable no implica restar kilómetros al viaje, una vez pasado te das cuenta a la vista de algún raro mojón que te siguen quedando los mismos kilómetros que antes de iniciarlo. Es de reseñar que los viajeros que son invitados a bajar del coche en este tramo de pista  han de andarse con cuidado porque el conductor bastante tiene con lo suyo y corre uno peligro de ser atropellado. A veces los viajeros hacen varios kilómetros hasta que les alcanza el coche. Supongo que para los que van atrás en parte es un descanso olvidarse por un rato del traqueteo y hacinamiento que 
Arreglando el puente:"júntate, que junto estabas"
sufren y pisar tierra y estirar las piernas. Aunque a veces el tramo que hay que hacer andando (en muchas ocasiones han de bajarse todos los viajeros, también los de cabina, así que hablo por experiencia propia) es un lodazal en el que no es difícil hundirse hasta la rodilla, por eso ellos siempre van descalzos. Tanto para pasar estos tramos como para subir a los rudimentarios transbordadores, cruzar puentes dudosos etc. es lo mejor.


Los patos están a sus anchas en la RN5.
Otra de las causas de que uno pase horas y horas en el coche y apenas avance kilómetros es que la pista, que va paralela a la costa, está jalonada de ríos, de las desembocaduras de innumerables ríos para ser más exactos -lo intentamos tanto a la ida como a la vuelta pero nos aburrimos de contarlos, ¿20?, ¿25?, tal vez más-. Al ser la desembocadura son bastante anchos y para cruzarlos hay que usar transbordadores, que no siempre están en la orilla oportuna, o puentes, que no siempre son fiables.


Transbordador de personas, bicis y motos.

Ya en el tramo asfaltado que lleva a Soanierana cruzamos varios ríos por puentes metálicos pero más adelante la cosa se va complicando. Al principio los transbordadores son metálicos y seguros, pero según se va uno acercando a Mananara éstos empiezan a ser apenas un par de filas de bambúes amarradas o dos chalupas sobre las que sujetan unas tablas. Algunos tienen un pequeño motor y otros se ponen en movimiento gracias a las cuerdas que tienen atadas y que desde la otra orilla atraen hacia sí tres o cuatro hombres, mientras los encargados del transbordador, a veces ayudados por los propios viajeros (algunos viajeros en vez de pagar por el billete tendrían que recibir un sueldo), se ayudan de bambúes para impulsar la embarcación. Los viajeros en ocasiones van en el mismo trasbordador que el 4x4  y otras veces han de bajarse del vehículo y cruzar un puente casi siempre en dudoso estado de conservación. Los puentes consisten en una fila de maderas horizontales unidas con clavos por otras en sentido vertical. Muchas maderas están sueltas o rotas. En Anandrivola yo lo pasé realmente mal en uno de estos puentes. Habíamos permanecido en el pueblo todo el día desde las 9 de la mañana sin poder cruzar el río por algún problema con el transbordador. El conductor del coche que estaba atrapado como el nuestro pero a la otra orilla intentó buscar la manera de pasar por la playa, estrategia que se adopta frecuentemente cuando los conductores no se fían del puente por el que han de pasar, y embarcó a parte de sus viajeros y de los de nuestro coche en hacer una zanja no sé exactamente para qué, pero finalmente no lo vieron viable y lo dejaron. A falta de otras ideas al parecer había que esperar a que subiese la marea y las aguas de la desembocadura del río subiesen también y pudiesen sostener el peso del vehículo. Esto sucedió hacia las 4 de la tarde. Para entonces dos de las chicas que iban con nosotras en la cabina ya se habían hartado, habían dejado sus pertenencias en el coche y habían decidido continuar el viaje en moto-taxi, otra contó varias veces su dinero, pero parece que no le llegaba, pero si no, se hubiese ido también. Entonces el conductor del otro vehículo se atrevió a poner su coche sobre las tablas de la balsa, pero inmediatamente las ruedas quedaron sumergidas hasta la mitad. Quitaron peso de la baca, mas no parecía que eso ayudase mucho a reflotar el coche. Trajeron entonces dos bidones grandes vacios para amarrar a la balsa y que ayudaran a los que ya tenía la propia plataforma a 
¿Pintura corporal  de los pueblos del Omo?
 No, el pie de un mecánico de la RN5
al poco de iniciar el viaje.
mantener a flote el vehículo. Para entonces el puente por el que debíamos cruzar los viajeros ya estaba prácticamente sumergido. Alguna gente había tenido la precaución de cruzar antes, pero nosotras, pobres ignorantes, habíamos permanecido en la otra orilla viendo tranquilamente –es un decir, en realidad rezábamos a Changó para que el coche no se hundiese- el espectáculo del remolque del 4x4. Los balseros impulsaron la plataforma con bambúes y mientras, desde la otra orilla, varios hombres tiraron de una cuerda asida a ella hasta que consiguieron poner el coche en tierra. Hubo aplausos. Bueno, si había pasado ese coche esperábamos que pasase también el nuestro, así que nos dispusimos a cruzar el puente hasta la orilla adonde sería llevado. Fue entonces, cuando nos dimos cuenta de que todas las maderas estaban hundidas y era harto difícil saber de entre las tablas que flotaban en el agua, cuál estaba sujeta y cuál suelta. Además habíamos visto como un joven de los que tiraba de la cuerda había caído al agua por pisar una de estas tablas sueltas. Una mujer mayor pidió a un chico que le ayudase a pasar el puente. Todo eran malos augurios.  A la primera de cambio yo pisé una madera suelta que se bamboleo peligrosamente.  Attention”, me dijeron unos jóvenes entre risas (aún no lo he dicho pero los malgaches son bastante cabrones). A partir de ahí el puente se me hizo infinito, no acababa nunca. Pero afortunadamente conseguimos pasar a la otra orilla tanto nosotras como nuestro coche. Cuando reanudamos la marcha todo el campo de las inmediaciones estaba totalmente anegado.


El puente de Anandrivola y el 4x4 una vez quitada parte de la carga, luchando pòr no hundirse.



Acercando el transbordador con la ayuda de una cuerda.
Al llegar a Maroantsetra miramos a ver si podíamos volver en barco o en avión, pero  el barco San Luis que anunciaba en la calle principal viajes a Sainte Marie y Tamatave, nos dijo que no salía debido al estado de la mar. Y Air Madagascar nos confirmó lo que nos temíamos: todos los vuelos de las siguientes semanas estaban llenos. No había forma de salir de allí si no era haciendo otra vez el camino de vuelta en taxi-brousse. Hacia el norte, la única opción es ir andando, ya que no hay ni carretera ni pista alguna y eso supone unos cinco días de caminata para luego llegar a Antalaha desde donde tendríamos que  ir cogiendo distintos taxi-brousse… no, no, imposible no llegaríamos al avión de vuelta…

Una de tantas reparaciones necesarias.
Nunca me he sentido tan atrapada como en este viaje, siempre dudando de si podríamos llegar al avión de vuelta “on time”. Cada kilómetro que hacíamos, pensábamos “bueno, un kilómetro menos que tengo que hacer andando”. Porque sí, el viaje de vuelta también fue accidentado. Al poco de salir de Maroantsetra, -yo pensaba que el conductor era más prudente que el anterior, porque el primer tramo lo hizo muy lento aunque no es malo para los estándarses de esta pista- el eje de transmisión de las ruedas traseras se rompió para gran susto de todos. El coche quedó inclinado hacia un lado y empezó a salir humo, y la puerta no se podía abrir desde el interior, claro. Afortunadamente el humo no fue a más y pudimos salir del vehículo. El Toyota, de la compañía Kofiman en este caso, llevaba dos mecánicos (desconfiad de esto, señal de que el coche está para la rastre). Se pusieron a la labor (suelen llevar todo tipo de herramientas y creo que en este caso también llevaban la pieza que se rompió) y con unos martillazos aquí y allá en apenas una hora consiguieron reconstruir el eje. Teníamos miedo de que el coche aplastara al chaval (eran los dos unos críos) ya que el gato se hundía en el barro,  pero todo salió bien y el coche milagrosamente resistió hasta Mananara. Eso sí, el conductor cada dos por tres les hacía apretar las tuercas de la rueda e iba desconfiado. Tuvimos que parar de vez en cuando para realizar algún que otro ajuste y para poder pasar un puente que tenía varias tablas rotas. En estos casos la solución es, por ejemplo, tomar una tabla de otro lado del puente que esté más católico, clavarla donde se necesite y pasar tranquilamente. El coche que venga detrás que arrée. En esto consiste el mantenimiento de los puentes, se van poniendo parches según las necesidades puntuales supongo que hasta que algún automóvil acabe en el agua y obligue a una reparación más seria.

Esperando al transbordador.
Cuando llegamos a Mananara, hacia el mediodía, se nos informó de que ese día ya no haríamos más kilómetros, el día siguiente saldríamos a las 2 de la madrugada. Supusimos que necesitaban ese tiempo para arreglar el coche (aunque en Mananara hay taquilla de la empresa por supuesto no entraba en sus planes cambiar el vehículo) y aceptamos que nos llevaran a un hotel. Sin embargo, cuando salimos a dar una vuelta, nos encontramos con los cuatro hombres que iban con nosotras en la cabina y nos dijeron que estaban buscando otro coche, un coche bueno, porque con ese no íbamos a llegar ni en un mes, que a ver si en caso de que encontraran uno bueno nos apuntábamos. Les dijimos que sí y a las 9 de la noche vinieron a decirnos que ya lo habían encontrado, que Kofiman nos había devuelto el dinero de lo que quedaba de trayecto (la mitad) pero tendríamos que pagar 20000 ariarys extra. Nos pareció bien y dijeron que vendrían a las 3 de la mañana. Por supuesto no vinieron hasta las 5. Otra vez nos sentimos atrapadas, la única opción de salir de allí era esperar a que saliese otro vehículo –sólo salen tres veces a la semana- o ir andando. Nos vino a la cabeza aquella canción de los 80 de Aerolineas federales, ¿os acordais?: "Vacaciones, los cojones, es mejor trabajar".
Eso sí, la espera nos permitió deleitarnos con una luna menguante tumbada en forma de barca como la de la bandera mauritana y con el insospechado cielo del hemisferio sur, radiante en la noche verdadera, la noche africana. Pero el coche, a pesar de algún que otro susto porque le costaba arrancar, era bueno y, en 24 horas nos colocamos a las puertas de Soaniemara-Ivongo, a donde nosotras nos dirigíamos, aunque desgraciadamente cayó la noche y tuvimos que quedarnos a dormir en la otra orilla del río que nos separaba de la ciudad, ya que el transbordador ya no funcionaba. Total, desde Maroantsetra nos costó llegar a Soaniemara cuatro días y tres noches (a Tamatave lo mismo, tres horas más). Si no hubiésemos tenido que estar en Mananara toda la tarde habrían sido ¡sólo tres días!.

RN5. Una de las playas que se pueden ver durante el trayecto.
De todas formas, hay que decir que la carretera es muy bonita, ves playas de violento oleaje con grandes rocas negras redondas, puedes observar la vida malgache y la arquitectura de sus casas, los arrozales, aunque en julio están bastante feos, la vegetación en la última parte más agreste… y como el coche va tan lento incluso disfrutar de su fauna: mi compañera de viaje vio un camaleón, casi se le metió por la ventanilla del coche. Además son tantos días que te da tiempo de hacer amigos, enfadarte con ellos, volverte a reconciliar… Estoy segura de que muchas parejas malgaches han surgido de estos viajes en taxi-brousse. Normalmente los que no van en cabina suelen dormir en el coche y un día que nosotras también lo hicimos oímos como charlaban prácticamente durante toda la noche con pequeños intervalos de sueño. Por otra parte un chaval que llevaba un pollo en una cesta en la baca se hizo muy amigo de un señor que había despedido como si se fuese a la guerra (no es para menos, por lo menos en dos semanas no las iba a ver) a su mujer e hija en la estación de Maroantsetra. Cada vez que tenían que bajarse del carro para aliviar la carga en los repechos resbaladizos etc. caminaban charlando juntos durante kilómetros, los cogíamos varios kilómetros más allá. A veces dudábamos de si los habíamos perdido por el camino, por lo que nos costaba alcanzarlos con el coche.

RN5.ñ Uno de los muchos puentes a cruzar.
A la noche los coches siempre paran en algún sitio con hotel en donde se puede cenar y dormir, pero no esperéis que os digan si ya ese día no se va a seguir adelante ni que os informen de la posibilidad de coger una habitación, ni la hora a la que se sale al día siguiente. Parecen dar por hecho que tú lo tienes que saber. Así que si ya es de noche y paran, preguntad. Nosotras la segunda noche hicimos el primo y dormimos en el coche, ya que no sabíamos que hubiese hotel. Allá donde para no hay apenas luz, no se ve nada, ni el nombre del establecimiento y si entras a veces sólo ves una sala con un par de mesas largas donde se sientan a comer arroz, pero ni rastro de habitaciones, porque a veces están al otro lado de la carretera ocultas en la noche oscura como boca de lobo. En muchos de estos hotelillos, que suelen ser un conjunto de casitas o bungalós, no hay electricidad, sólo velas, y el baño suele estar afuera, unos metros alejado de las habitaciones por un camino embarrado e irregular en el que no es difícil en la oscuridad romperse la crisma en el intento de ir a mear. Dentro de las casitas suelen tener un aseo que consiste en un desagüe y una palangana con agua. En Rantabe pregunté a la chica a ver donde estaba el váter y me dijo “ahí”, le indiqué que lo que quería ere mear y me dijo: “¡Va!, hazlo ahí, con una sonrisa”. En realidad tenía necesidad de hacer aguas mayores, pero obviamente me tuve que contener. El tema de ir al baño es realmente un problema. Son muy hippies y allá donde para el coche normalmente no hay un lugar cerrado para hacer tus necesidades (y casi que mejor porque el baño de Kofifen en Mananara estaba en el patio de una casa y dentro de la caseta de madera con agujero estilo retrete casa de la pradera había un chorongo de alguien que
Uno de los paisajes de la carretera RN5. Madagascar.
 no había atinado y que nadie se había ocupado de limpiar, una cosa realmente asquerosa), así que, como decía, no hay ningún wc y además como son pueblos, están llenos de gente y casas por todas partes y es muy difícil encontrar intimidad. Por si eso fuera poco, a diferencia del resto de africanos que he conocido, los malgaches son muy fastidiosos y cuando ven que vas a mear te siguen con la mirada, se ríen, comentan, con lo que cuando te pones a ello… ¡no te sale! Es un auténtico fastidio.

Otra de las peculiaridades de esta carretera es que a partir de Mananara o así la gente habla en francos malgaches en vez de en ariarys como la gente normal (¡ya hace unos cuantos años que cambiaron la moneda!), lo cual es también muy fastidioso, hay que dividir entre cinco, si no recuerdo mal, pero cuando compras cosas en los mercados de la calle, como son tan baratas para lo que suelen costarnos las cosas en los restaurantes a los turistas es fácil sentirse perdido y no saber si te piden 100 o mil. De todas formas cuando te equivocas te lo hacen saber y te dan las vueltas, en eso he de admitir que son muy legales.

La RN5. Madagascar.
¿Que si recomiendo la carretera? Yo no digo nada. Tiene su aquel sin duda. Además cuando al ir a la península de Masoala y a Navana en lancha vimos lo jodido que es ese mar en julio, la dichosa bahía de Antongil, en la que es mejor no permanecer a partir de las 11:00 (lo pasamos realmente mal al volver de Navana, con olas que nos empapaban y  nos golpeaban contra el asiento, con el agua entrándonos por la boca y por las orejas y los ojos que escocían por la sal, un sufrimiento de una hora larga que nos dejó hechas una sopa),  ir en taxi-brousse por la RN5 durante un viaje de 5 días 4 noches te parece un viaje de placer.
Espero que ahora que Madagascar ha recuperado la vía democrática y ha sido acepta de nuevo por la Unión Africana, empiece a recibir ayudas para la mejora de sus infraestructuras, premisa básica para el desarrollo del país  y las mejora de la calidad de vida de sus gentes.
El premio: la península de Masoala y sus habitantes.

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