jueves, 29 de diciembre de 2011

De Mopti a Gao. Cuento.


Incertidumbre



Me fui a desayunar a la pastelería Dogón. Pedí un café con leche y un bollo y me senté en una mesa desde la que se entreveía la calle. Dí un sorbo al café y volví a sacar la carta del bolsillo del pantalón para releerla. No podía contárselo a mis padres, si era verdad lo que se decía sería demasiado duro para ellos. Habían invertido lo poco que tenían en el sueño europeo de mi hermano y ahora esto.

Pinazas en el puerto de Mopti

Cogí el cuaderno de apuntes, le pagué a Sidiki y en vez de ir a la estación de autobuses me dirigí al puerto. Había dicho a mi madre que tenía un exámen en Bamako, que ya les llamaría. Pero mis planes eran otros, tenía que saber si era cierto lo de mi hermano. Me dirigía a Tombuctú.

El barco ya estaba en el puerto pero todavía tardaría en salir, así que compré unos cacahuetes, un poco de pescado seco y fruta para el viaje a unas mujeres que estaban parloteando acuclilladas en el suelo mientras lavaban unos pimientos y los colocaban sobre la esterilla. Había llovido esa mañana y se les había mojado todo el género. Cuando llegué a la pinaza ya todos los viajeros habían ocupado su sitio. Al disponerme a subir me indicaron un tanto bruscamente que me quitase las zapatillas y no llenase de barro lo que iba a ser durante tres días su lecho. Colgué las zapatillas y las bolsas del techo de la embarcación y me busqué un hueco al lado de un viejo de larga barba cana sobre los sacos de arroz.

Tardamos aún una hora larga en salir. El embarcadero tenía mucha animación. Unos se afanaban en cargar sacos, barriles y demás en las pinazas. Algún que otro joven se acercaba hasta los barcos que ya pronto iban a salir e intentaba vender alguna de las telas de algodón de llamativos colores que portaba en la cabeza dobladas en perfecto orden. Una niña nadaba divertida a apenas dos metros de la pinaza y cerca dos jóvenes lavaban a su cabra en el río. La tenían toda enjabonada de arriba a abajo y la empujaban y le echaban agua por encima para que se le fuese yendo el jabón. ¡Cuantas veces no habíamos hecho eso mismo mi hermano y yo!

La brisa que provocaba el lento movimiento de la pinaza me despertó de mis pensamientos. Ya zarpábamos. Eran las doce del mediodía. Los viajeros estaban tumbados aquí y allá, uno puso un casette con chistes que hicieron que todos estallaramos en risas, otro recogió agua para preparar unos tés. Un hombre con cara de caricatura y risa de dibujo animado llevaba un martillo de plástico que golpeaba de vez en cuando contra el suelo haciendo un ruidito como de chiflo y sonreía imaginándose la cara de felicidad que iban a poner sus pequeños allá en el pueblo. Otro llevaba un colchón. Al poco nos pusieron una enorme bandeja de arroz para cada cuatro o cinco viajeros de la que dimos buena cuenta en pocos segundos. Ya no se veía Mopti, y el río cada vez era más ancho.

El primer día no hicimos apenas paradas hasta la noche. Al atardecer un jóven me despertó para que hiciese la oración del magreb. Me incorporé en un brusco movimiento como si al sentir que me tocaban hubiese saltado en mí algún resorte. Miré somnoliento hacía el río. Lejos, hacia el sudoeste, ibamos dejando atrás una enome mezquita de adobe en la que ya apenas si se vislumbraban los salientes de madera de las vigas tan característicos de nuestras mezquitas. Los huevos de avestruz que remataban cada torreta, en cambio, todavía eran bien visibles contra el fondo del cielo azul oscuro. Mi hermano siempre ha sido un buen musulmán, abandonarnos así... Metí la mano en el agua y tomé apenas unas gotas que luego distribuí con cuidado y parsimonia por brazos, pies, piernas y manos para hacer las abluciones. Cogí un poco más para limpiarme las orejas y la cabeza. Cerré los ojos y pedí a Dios que no fuese cierto. Con un gesto apenas perceptible escupí al diablo y dí por terminada la oración. En cuanto anocheció paramos y aproveché para bajar por la pasarela de madera a tierra y estirar las piernas. El cielo estaba radiante, la quietud y el silencio le daban una grandiosidad que no tenía en Mopti. No había luna.

No dormí apenas en toda la noche. Los sacos de arroz y mijo eran más duros que el propio suelo de madera y mis huesos se dolorían cada vez que me daba la vuelta. Hice un movimiento rápido con la mano para espantar una enorme cucaracha que se estaba aproximando a mi cara. Todos parecían dormir. Sólo se oía al patrón achicar agua constantemente. Era un sonido tranquilizador que adormilaba pero conmigo no surtió efecto. ¡2 millones de euros! No podía ser verdad...

El segundo día casi nos perdemos en el lago Debo. El río se hace tan ancho que parece un mar y hasta el patrón más experimentado puede perder el rumbo. Paramos en alguna de sus islas y unas chicas se acercaron con el agua hasta la cintura para venir a vendernos rosquillas y demás. Les compré un poco de pescado seco que preparamos y comimos luego entre todos. Esta vez no esperaron a que anocheciese para parar, era demasiado peligroso seguir al anochecer por el lago Debo y más con la tormenta que parecía acercarse. Tampoco dormí. No creo que esta noche durmiese nadie aunque, por lo poco que dejaban ver los rayos que rompían la total oscuridad, todos permanecian inmöviles sobre el suelo. Tuvimos que bajar las esterillas para que no entrase el agua de lluvia. Los truenos me infundían un miedo infantil, creo que noté como se me erizaba el vello de los brazos. Otra vez me vinieron a la cabeza imágenes de mi hermano.
Río Niger cerca de Tombuctú


Por la mañana la tormenta seguía y nos dió tiempo de desayunar la bandeja de arroz antes de poder ponernos en marcha. El viejo que compartía conmigo la comida tanteo con la mano todo el contenido del recipiente antes de elegir un poco de arroz grasiento, hacer una bola con él e introducirla con habilidad en su boca. El gesto y el llevar ya dos días a arroz para desayunar, comer y cenar me provocó arcadas y no pude comer nada. Aunque me sentía débil este último tramo de la travesía hacia Tombuctú se me hizo mucho más animado. Paramos en varios lugares y en todos ellos había mucho color, movimiento y algarabía. Ropa de colores tendida al sol de la tarde, tuaregs con sus turbantes y espadas comprando y vendiendo, burros y camellos cargados hasta los topes. Me parecía que estaba en otro país. No había estado nunca en Tombuctú, y la ciudad mítica ya se intuía.


Río Niger cerca de Tombuctú

Al atardecer llegamos a Korioumé. Varias pequeñas pinazas nos transportaron hasta la orilla. Ayudé a un chico con el colchón para que no se le mojara, ya que varios centímetros de agua anegaban la embarcación. Una vez en tierra varios de nosotros negociamos con un pick up para que nos acercase hasta la ciudad. Todavía quedaban unos 18 kilómetros y ya caía la noche. Acordado el precio nos pusimos en marcha a gran velocidad por una carretera a medio asfaltar. Varios niños nos seguían corriendo cada vez que el coche paraba un segundo para dejar algún viajero y algunos se subieron en marcha. ¡Esta gente está loca!, pensé. Al ver por fin las luces de Tombuctú no pude más que dar gracias a Alá por haber llegado sano y salvo.

Tombuctú


Para mi sorpresa, mi primo Maki me estaba esperando en el hotel Buctú, la última parada que hizo el conductor. No me había puesto en contacto con él para decirle si iba a visitarle como me pedía y, en caso de ser así, cuándo, ya que en realidad tomé la decisión de la noche para la mañana al poco de recibir su carta. No sé cómo se enteró, serán esas cosas que se dicen de desiertos y ríos: por ambos las noticias vuelan rápido. El caso es que me recibió con gran alegría y efusivos abrazos y me condujo casi sin darme cuenta a su casa. Era noche cerrada, estaba cansado y sediento y agradecí su acogida.
- No puedo creer que sea mi hermano, no hemos tenido noticias de él, pero.... nos habría llamado rápidamente. ¿Con quién iba a compartir algo así sino con nosotros?
- Lo sé, Issa, a mi también me cuesta creerlo pero todo apunta a él. Aunque reconozco que cuando supe por David que no sabíais nada empecé a dudar.
- Hace un par de meses que no nos llama, pero hemos recibido los 40 euros que nos manda todos los meses, ni más ni menos, no ha habido ninguna variación; así que...
- Oímos en la televisión española que un senegalés había ganado un premio de 2 millones de euros en la lotería en el pueblo en el que estabamos trabajando. Allí todos compramos algún boleto casi todas las semanas, es una costumbre muy normal en España.
- Nosotros pensabamos que mi hermano estaba en Francia.
- Así era hasta hace unos meses. Como te decía la tele dijo que era senegalés, así que pensamos que se habían equivocado de pueblo porque en aquellos días no había ningún senegalés trabajando con nosotros. Sin embargo, al día siguiente durante el almuerzo un compañero vino con el periódico y nos dijo "mira, aquí pone que es maliense, seguro que eres tú -me dijo- que te callas para no compartir tu suerte con tus compañeros" y se echó a reir, pero entonces nos miramos y dijimos los dos a la vez: ¿Dónde está Mamadou? Tu hermano no había venido a trabajar desde el día anterior. Los siguientes días tampoco apareció y nadie lo había visto por el pueblo. Era muy raro. Quedaban apenas unos días para cobrar, no tiene sentido irse de un trabajo sin cobrar después de haber trabajado ya tres semanas. Por eso todos pensamos que era él el afortunado. Pero cuando supe que no sabiais nada.... No sé qué pensar. Algunos empezaron a decir que era un sinvergüenza, que con ese dinero podría habernos ayudado a todos y todavía tendría para vivir toda su vida sin trabajar, que había olvidado hasta a su familia.
- No puedo creer que nos haya abandonado. Huir así, sabiendo lo que nos cuesta salir adelante aún con su ayuda de 40 euros y todo.
- Es mucho dinero, Issa. Nadie sabemos cómo actuaríamos en un caso así. ¿Que sé yo? O tal vez estemos juzgándole mal, quizás pensó que si os lo decía, pronto lo sabría todo Mopti y empezarían a haceros la vida imposible para recibir algo.
- No sé. No. Seguro que es a otro al que le ha tocado. Seguro que es todo una confusa coincidencia. Me estoy volviendo loco. Por una parte quiero que sea él y por otra deseo que no sea, él no puede ser capaz de hacer eso a sus padres. Y, si no es él, ¿porqué ha desaparecido?

Mezquita Djingereiber (Tombuctú)

-De todas formas, me decidí a escribite porque me enteré de que Salim ha venido de vacaciones a Gao y él seguro que sabe algo. Si no, no te hubiese dicho nada, pero él tal vez... Es el mejor amigo de tu hermano en España, fue él quién le animó a salir de Francia e ir a Lleida y siempre que han tenido trabajo en el mismo pueblo han compartido habitación. Le ayudó mucho en Francia y después en España. Cuando pasó todo esto Salim no estaba con nosotros, unos meses antes encontró trabajo en una fábrica en Barcelona. Pero seguro que han estado en contacto y que, si realmente tu hermano ha recibido ese premio, se lo ha contado a él. A alguién se lo habrá tenido que contar, no se puede uno guardar eso así tan fácil. No tengo su teléfono, pero Gao está a sólo un día de aquí.
- ¿Cuándo podemos ir a Gao?
- Creo que ya hay un grupo interesado en ir, pero, ya sabes, no sé cuánto tendremos que esperar hasta que se llene el pick up...

Esa misma noche nos dirigimos al Gran Marché para solicitar información sobre el viaje a Gao. El jefe no estaba y su ayudante nos acompañó hasta su casa, al parecer tal vez podríamos salir al día siguiente. Así nos lo confirmó el jefe de los vehículos que hacían la ruta y pagamos el billete. Nos pasarían a buscar el día siguiente al mediodía.

Dormí extrañamente bien, sin pesadillas ni recuerdos de antiguos rencores que sin yo saberlo guardaba hacia mi hermano. Pero al día siguiente, eran las seis de la tarde y nadie había venido a buscarnos. Volvimos a la estación y nos dijeron que fuesemos al día siguiente a la mañana.

Nada más desayunar nos dirigimos hacia allí. A las once un Toyota conducido por un joven mauritano nos hizo montarnos y nos llevó a una casa a las afueras de la ciudad. Allí esperaríamos al resto de viajeros. Nos hicieron entrar através de un patio a una casa de barro. Dentro de la habitación había dos mujeres tumbadas viendo fotos y collares que tenían en un pequeño cofre. Eramos los primeros viajeros en llegar. Ya no estaba acostumbrado a estas esperas para viajar. En Mopti todo era eficiente, si te decían a las siete, salías a las siete. Pero aquí se ve que no es lo mismo y esa espera sin hora límite me estaba poniendo muy nervioso.

Gracias a Dios, los viajeros poco a poco empezaron a llegar y para la hora de la comida ya estabamos casi todos. Con algunos tenía que hablar en francés porque no hablaban bambara, ni yo tamazeg ni songhai. Había algún militar, uno de ellos armado, dos mujeres, una de ellas una hermosa y rolliza targui con el cutis azulado por las telas que usan para cubrirse y un par de niños. Nos pusieron un plato de arroz para comer y hacia las tres salimos. Aún dimos una vuelta por el pueblo para recoger algún viajero más. A uno casi lo sacamos de casa forcejeando, parece que no había terminado de comer. Justo le dió tiempo de coger una caja alargada con un lazo que no sé qué tipo de regalo sería y el largo llavero de cuero tuareg con la llave de casa. Ibamos todos en la parte de atrás, sobre los equipajes. El militar armado estuvo con el kalashnikov cargado hasta salir de Tombuctú, según mi primo suele haber bandidos que atacan los coches. Pero al rato quitó el cargador al arma y lo dejó en la cabina. En la cabina iban los dos conductores mauritanos.

Bien, ya sólo me quedaban 500 kilómetros de espera, después sabría si mi hermano era quién yo pensaba o un sinvergüenza que no merecía mi respeto ni el de mis padres. El primer tramo del trayecto era muy duro para los condutores, tenían que ir analizando el tipo de arena y su dureza para ver si se podía pasar o no sin quedarse hundido en ella. Había que dar constantes golpes al volante para que no derrapase el coche. Alguna vez tuvimos que bajarnos todos menos los niños y mujeres y los que sabían -yo aquí soy un completo ignorante- le indicaban al conductor por dónde pasar. Los conductores se iban turnando cada pocos kilómetros.

Desde que se sale de Tombuctú todo alrededor es arena blanca y acacias y arbustos espinosos y según se va uno acercando a Gao aparecen las primeras grandes dunas y los arbustos se hacen más espaciosos, excepto en el tramo final. Al anochecer la arena se iba volviendo primero más amarillenta y luego rosácea mientras el cielo iba tornando del rosa al morado lentamente. Paramos a rezar y emprendimos de nuevo la marcha, haciendo volar a las perdices, correr a las cabras y sorprendiendo a una liebre. Una niña con un vestido plateado apareció como una especie de alucinación divina, un djin tal vez, a la hora del magreb. Todos los habitantes del desierto parecían salir a saludarnos. Me pareció un buen augurio, Dios dice que hay que hacer caso a las señales. Pero al poco una tormenta empezó a revolver toda la arena, casi no se veía nada y finalmente la lluvia no nos dejó proseguir. Nos paramos en un campamento y aprovechamos para abastecernos de agua en el pozo.
Allí permanecimos varias horas, primero por la lluvia y, después, porque no se les ocurrió otra cosa que ponerse a cenar. ¿No podían haberlo hecho antes, mientras llovía? Me exasperaban estas gentes del desierto. Mi primo me miraba y se tronchaba de la risa. "La impaciencia no te va a hacer llegar antes, créeme. Estos mauritanos saben lo que se hacen." Fuimos con los otros hombres a una jaima y allí cenamos. Las mujeres y los niños lo hicieron en otra con las mujeres del campamento.

Hacia las 12:00 de la noche emprendimos de nuevo la marcha. Recuerdo cada hora porque el nerviosismo me hacía mirar el reloj que me había regalado Mamadou cada poco. Sólo de vez en cuando atravesavamos algún poblado de jaimas redondeadas y gente tuareg armada. Vimos algún camello de pelaje negro y algún burro. Pero a estos beduinos no hay quién los entienda y a las 2:00 pararon otra vez. Dormimos, bueno, durmieron, en medio de ninguna parte hasta las 5:00 que empezaron a desperezarse. Vale, otra vez en marcha. Pero al poco Mohammed, el conductor mayor, señaló una pareja de viejitos que estaban haciendo el té frente a su casa en un pequeño poblado y gritó: "Restaurant", señalando con el dedo hacia allí. Allí perdimos otra estupenda hora de frescor y buenas condiciones para conducir. Como había llovido cuando por fin recuperamos la marcha, todo eran charcos, más o menos grandes que a veces sorteabamos y otras pasabamos vadeando.
- ¿Cuánto falta, Maki?
- Dios ama a los pacientes, tranquilo. Llegaremos pronto in sa' Allah.

Nada más entrar a Bourem un coche de la policía nos ha parado y ha pedido los papeles al conductor. Estaba claro que el conductor más jóven, que era el que en ese momento conducía, no los tenía, seguro que no tenía permiso de conducir. Se le ha notado tremendamente. El policía le ha dicho que vaya a comisaría. ¡Lo que nos faltaba! ¡Encima han intentado engañar al policía intercambiándose la ropa! Solo hace falta que se cabreen, los detenga y tengamos que esperar aquí tres días. He cogido una espinita de la acacia y me he sentado en el suelo a la escasa sombra que hace el alero de la comisaría para quitarme las niguas de los pies.

Media hora les ha costado negociar con el policía pero ahí no ha acabado todo. Después en mitad del desierto al parecer nos hemos quedado sin gasolina en uno de los depósitos y hemos tenido que mover entre todos el coche para que la gasolina pasase de un depósito al otro. Lo que no tenemos ya es agua, ni una gota. He tenido que agacharme y beber de un charco de lluvia. Espero que esta aventura que cada vez me parece más absurda no me lleve a enfermar.

Todavía hemos tenido que parar otra vez para recoger a un camionero al que se le había estropeado el camión. Estaba tan feliz en la mínima sombra que hacía el camión haciéndose tranquilamente un té. Definitivamente, si tengo que vivir durante mucho tiempo entre estos beduinos, me vuelvo tan loco como ellos. Mi primo se rie.


Mezquita de los Askias

Parecía que Gao no aparecería nunca. ¡Para hacer 400 o 500 kilómetros 24 horas!. Ya dudaba de su existencia, de la existencia de la ciudad, de la de mi hermano y de la de esta historia de millones y suerte. En este país de resignación y paciencia es imposible tener suerte.

Pero por fin llegamos. Paramos en el patio de una casa. Algunos viajeros seguirían mañana hacia Kidal. Bajamos del Toyota y pedí a la mujer de la casa una calabaza con agua. Trás despedirnos de todos, fuimos directamente a ver a Salim, que vivía en una casa cercana a la mezquita de los Askias. Nos recibió su mujer que nos dijo que Salim no volvería hasta la noche. Que lo podríamos encontrar hacia las siete de la tarde en un restaurante del centro.

El día se me hizo muy largo. ¿Y si Salim no me aclaraba nada? Apartamos con cuidado y no poco asco las cortinas de la puerta del restaurante que estaban llenas de cucarachas. Salim vino a nuestro encuentro según nos vió.
- ¡Enhorabuena, Issa!. ¿Lo sabes, no? ¿Ya te ha llamado Mamadou?¿Estás iniciando tu nueva vida visitando a los amigos? ¡Me parece genial!


Salim me explicó que mi hermano se había ido de Lleida para poder pensar las cosas con claridad y no hacer tonterías. Había ido a buscarle a Barcelona. Allí el banco le ha dicho cómo organizarse para poder vivir sin trabajar, ayudar a los suyos y no buscarse problemas. Todavía tenía que hacer algunos trámites pero en pocos días vendría a Mali y podría abtrazar a mi hermano. Una nueva vida empezaba. Una nueva vida. Una sensación de alegría inmensa y miedo sin sentido pugnaban en mi interior.



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