domingo, 18 de diciembre de 2011

Namibia


ANHELOS

Sábado en Swakopmund
Andaba con cuidado para no clavarme algo. Tenía las botas en la mano llenas de arena mojada. Había tenido la precaución de quitarmelas antes de entrar en la oficina. No es que confiase en la astucia de la policía local pero más vale prevenir. De todas formas siempre usaba unas chanclas cuando estaba trabajando. El señor Von Trotha no me miraba con buenos ojos pero me preocupaba poco las represalias que pudiese tomar por mi cada vez menor interés por el trabajo, mi aspecto desaseado, mi pelo y barba teñidos de rojo y amarillo -perdí la apuesta en la final del mundial-, mis monosílabos... y mis chanclas. ¿Qué podían hacer? ¿Trasladarme a Keetmanshoop? ¿Tal vez a Rehoboth? No había diferencia alguna. No creo que la vida allí fuese mucho más aburrida que en esta ciudad de cartón-piedra. Es más, estoy seguro de que es imposible vivir en un lugar más aburrido que éste. Mis compañeros piensan que es la soledad lo que me ha vuelto un tanto huraño. Según dicen antes no era así. ¡Pamplinas! No soy solitario. Vivo sólo, sí, en una casa modesta pero preciosa en la calle Bahnhof, a pocos metros de las dunas. He puesto en el jardín un montón de enanitos como hacen en Europa y a cada uno le he pintado un mensaje en una tablilla de madera. Mis vecinos se paran a leerlos y algún turista también. No tengo perro como la mayoría de los del barrio, es cierto. No porque no me guste su compañía, sin embargo. Simplemente nunca me lo he planteado porque no creo que a ningún negro se le ocurra acercarse desde Mondesa a robar precisamente en esta casa, ya saben que aquí no hay nada, ni siquiera tiene verja electrificada. Pero solitario no soy. A la tarde suelo tomarme una cerveza en el Village, entre horas bajo a la terraza del Brauhaus si no hace mucho frío y a veces entro y ojeo algún libro, y los sábados por la mañana como casi todos los blancos no falto al café. Más que el ambiente, me gustan las fotos antiguas en blanco y negro de la cafetería, esa foto en la que aparece el local pero prácticamente solo en medio de un pueblo fantasma, me gusta imaginarme a aquellos pueblerinos europeos en un ambiente hostil luchando por iniciar una nueva vida aquí, entre el desierto y el mar. Los PIONEROS. Mi abuelo fue pionero. Yo no le conocí pero he escuchado hasta la naúsea su odisea de boca de mi padre. Pero me estoy desviando del tema.




Playa de Swakopmund (Namibia)

El caso es que lo he hecho y aquí estoy, intentando limpiar las botas. Tengo que apresurarme, se me están quedando los pies helados. No es que me cayese mal el señor Von Trotha. En realidad era un buen hombre, pero hablaba demasiado. Era como una máquina de hacer palabras. No era posible seguirle el hilo, de un tema pasaba a otro sin orden ni concierto y después de estar oyéndole un rato te preguntabas qué había sido en realidad lo que te había hecho ir a su despacho. Al cabo de una buena media hora volvías a tu mesa sin respuesta a tu duda pero conociendo todos los chismorreos, novedades y rumores de medio Swakopmund. Simplemente no lo he soportado más. Uno tiene un tope. Y luego están las gafas. Las de su mujer. Cada vez que paso por delante de la oficina de turismo no puedo evitar mirar por los cristales y ahí está, mirándome por encima de las gafas, pidiéndome que le haga el favor. La decisión ha sido rápida, en realidad yo creo que inconscientemente estaba ya largamente meditada, oculta en algún lugar de mi cabeza como esas simientes que, hundidas en la arena del desiero durante toda la estación seca, en cuanto les caen cuatro gotas hacen brotar un bonito liquen. Algo así. De mï no van a sospechar, lo normal es que cuando lo encuentren en la playa piensen que ha sido algún negro. Aquí son los negros los que hacen esas cosas. El inspector jefe es mayor, ha vivido tres cuartos de su vida bajo el apartheid y sencillamente su esquema cerebral no le permite plantearse ni remotamente otra posiblilidad. Y si es que alguno de los jóvenes comisarios negros que se han ido incorporando protesta un poco y baraja otras posibilidades, las sospechas recaeran en los jóvenes que suelen andar por el muelle fumando shisha, alguna vez ya se les ha ido la mano con alguna gamberrada: lo han visto borracho, jugando le han empujado al agua y ha muerto por hipotermia. Un accidente. No era su intención. Sólo es que el agua está muy fría. Pero de todas formas, voy ha ser precabido, voy a limpiar...
 
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Mondesa (Swakopmund)
 Vaya, lo siento. Mañana acabaré el cuento, acaba de entrar el señor Von Trotha, ya se oye su cháchara, su i n t e r m i n a b l e cháchara. Me quedan siete desesperantes horas de trabajo en esta oficina con su bla-bla-bla de fondo, en este cuartucho que por no tener no tiene ni una ventana para que pueda distraerme viendo el paso apresurado de los viandantes bajo el cielo plomizo de Amsterdam. Mi única vía de escape a la confusión de frases disparejas que viene del despacho del señor Von Trotha es cerrar los ojos e imaginarme en esa otra oficina, descalzo, con las botas en la mano...

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