Una vez hecho el trámite, o tal vez fuese el día anterior, fuimos al embarcadero, a ver si encontrabamos dónde comprar un pasaje para una pinaza. Contratamos el viaje hasta Korioumé, el puerto más cercano a Tombuctú, al primer chico que nos salió al encuentro, Sidiki se llamaba. Nos llevó al bar Bozo y allí nos hizo una especie de recibo por el dinero entregado, la mitad del coste total del pasaje. Nos recomendó comprar Nescafé, fruta y pan para el desayuno porque creía que el mijo no sería bueno para nuestros estómagos. La comida durante los tres días que duraba el viaje estaba incluída. Hay dos tipos de pinazas que hacen el viaje, unas exclusivas para turistas y las normales donde van ellos. Nosotras optamos por una pinaza normal, así que la comida tal vez no nos gustase.
Desgraciadamente no hicimos ni caso a Sidiki y sólo compramos agua, un poco de pan y una única lata de sardinas. Pensamos que la embarcación haría innumerables paradas en donde podríamos comprar más comida. Otra cosa fundamental era comprar un mosquitero, Sidiki paró a un chaval que los vendía en el puerto y señalando uno azul cielo dijo: "Es bonito, ¿no?". La frase nos pareció tan ocurrente que lo compramos aún sabiendo que él se llevaría un pequeño porcentaje.
Mopti. Esperando a zarpar |
Cuando estabamos desayunando al día siguiente en el Campament se acercó un joven a nuestra mesa y dijo:
- Bonjour. - Bonjour -contestamos cortésmente.
- ¿No me conoceis?
- Eh..., pues, no.
- Soy Sidiki...
Uno no puede hacer otra cosa que reirse de sí mismo. El día anterior al pagar la mitad del pasaje, confiamos en que fuese un tipo legal, pero sin descartar la posibilidad de perder el dinero entregado. ¿Cómo ibamos a encontrarle o describirle ante las autoridades, si nos fallaba? ¿De qué valía el papel que nos había hecho? Ni siquiera sabíamos si ese era su verdadero nombre. En realidad no tienes otra opción que fiarte de ellos, y la verdad es que en todo nuestro viaje por Mali, absolutamente nadie nos decepcionó en este sentido, aunque, como se puede ver, oportunidades de salir huyendo con la pasta no les faltaron.
Aunque parezca increíble la pinaza pública salió a las 12:30, más o menos como nos habían dicho. Ibamos unas 45 personas, unas nueve de ellas turistas. Cada uno se busca una plaza donde puede, lo justo para estar un poco tumbado. Arriba, encima del techo de cañas y rafia también suele ir gente. El día anterior vimos una barca que llevaba otras 20 o 25 personas arriba. Al ir a entrar en la embarcación nos indicaron no con muy buenos modales que nos quitasemos las botas, que lo ibamos a ensuciar todo. Así lo hicimos y los colgamos de la techumbre como vimos que habían hecho los demás. Los bultos pequeños se cuelgan ahí (zapatos, bolsos de mano, bolsas de fruta) y el resto del equipaje va en la proa y la popa de la embarcación, amontonado como se puede. Además de pasajeros la pinaza transporta sacos de mijo o arroz que van en toda la parte inferior y constituyen nuestro lecho. Los turistas colocan esteras sobre los sacos antes de tumbarse. En la barcaza huele a paja húmeda y regaliz.
No para en demasiadas localidades, pero cuando lo hace, las jóvenes se acercan a vendernos comida o incluso pastillas no se sabe bien para qué. Tras comer, un chico que va en la pinaza se ha lavado los dientes con agua del río y otro se ha preparado una leche en polvo con el mismo agua. Un gran casette anima la pinaza mientras la gente lee una revista, come, charla o duerme. A nuestro lado hay un viejillo idéntico a los que suelen representar los escultores en madera con una pipa y ropajes desgastados. Los poblados por los que pasamos son de adobe o bancó (adobe pero extraido del fondo del río) con techumbre normalmente de paja, de planta rectangular. Los pescadores se desnudan y toman un baño mientras secan la ropa sobre el remo, se ve gente lavando ropa o lavándose a sí mismos todos embadurnados de jabón.
El paisaje poco a poco se va haciendo más árido, pero la brisa hace que no haga excesivo calor. Hay un servicio al fondo de la barca pero preferimos esperar a la noche cuando para y puedes hacer tus necesidades en el campo. No es necesario esconderse ya que está muy oscuro. No hemos visto la luna en todo el viaje a Mali. Por otra parte, los viajeros respetan tu intimidad y hacen que no te sientas incómoda. Ellos a veces mean en el propio barco, al lado de ti. Se ponen en cuclillas sobre el borde de la barca (soy de tierra adentro, no sé cómo se le llama), se cubren con los faldones de la chilaba o bubú y orinan sobre el agua. Cuando paramos a la noche sólo se oía el croar de las ranas y algún tantán de las poblaciones vecinas, así como el lloro de algún que otro niño. Al ir a bajar de la embarcación por la pasarela de madera, apagué la linterna para ver cúanto tenía que saltar para llegar a la orilla sin meter los pies en el agua. Salté, pero me quedé corta y se oyó el sonido de mis pies contra el agua. Entonces, Abu, el hijo del capitán, dijo asustado: ¡Tubabu! (Traducción: ¡la blanca, que se nos ha caido al agua!) Al ver que encendía de nuevo la linterna respiró con alivio. La familia de Mamadou, el capitán, vive en la pinaza. La pinaza se llama Air Buctú. Tiene que ser muy dura la vida allí. Abu tenía toda la ropa raída y sucia. Duermen aún peor que nosotros, cosa difícil de superar. La mujer se pasa el día preparando arroz con capitán (sabrosísimo pez abundante en el Níger) para desayunar, para comer y para cenar. Los que guían la barcaza llegan a hacer 14 horas diarias y luego cuando la pinaza se para hay que achicar agua cada cierto tiempo, aunque sea de noche. De todas formas Abu, el niño mayor de unos 12 años, sabe escribir, así que supongo que acudirá a algún colegio de vez en cuando.
Creo que fue antes de la primera noche que vimos en la orilla en lontananza una mezquita de estilo sudanés enorme que me recordó a la Sagrada Familia por sus más de dieciseis o dieciocho torretas picudas.
Hay gente que duerme fuera de la pinaza y otros que se quedan dentro o sobre su techo. Dormir es extremadamente incómodo porque la superficie de sacos de mijo tiene altibajos y es muy dura (la palabra "muy" no gradúa correctamente la dureza de los sacos de los cojones. Yo acabé llena de cardenales). Es como dormir sobre hierro, solo que al no ser una superficie uniforme es imposible coger una posición cómoda, con lo que uno acaba con moratones en rodillas, hombros y caderas. De todas formas a las cuatro de la madrugada ya nos llamaron para que nos depertaramos para partir. Aunque finalmente tuvimos que retrasar la salida porque la tormenta que nos había estado acechando toda la noche nos había alcanzado al fin. Tuvimos que bajar todos los cueros que hay a los lados de la embarcación a modo de estores para protegermos del agua y permanecer a oscuras en un extraño silencio hasta que dejó de llover y los barqueros decidieron que era seguro zarpar. Esto fue a las 6:00 de la mañana. Estabamos a las puertas del lago Debo. El día anterior no entramos porque según Mahmud, un chico que trabaja en el Grand Marché de Tombuctú, es peligroso en época de lluvias por la noche. Puede no llover cuando entras, pero si te pilla la lluvia en el lago la travesía se ve seriamente dificultada. De hecho, ese día al rato de salir, aún siendo de día, al parecer estuvimos un rato perdidos en el lago sin encontrar el rumbo. Por la noche es constante el ruido del achique de agua por parte de los tripulantes, que supongo se turnan en esta tarea. Es un ruido agradable, aunque no sé si tranquilizador.
La comida la preparan con carbón, como en casi todos los sitios en este país, incluso en los restaurantes, lo que hace que hacer un simple té se demore interminablemente. En Mali acostumbran a hacer un té muy potente y amargo en una tetera extremadamente pequeña y lo sirven en un vasito pequeño que a veces se pasan de uno a otro para que beba cada uno un sorbito. Mahmud nos ofreció un sorbo el segundo día y yo casi se lo bebo todo porque se nos había acabado el agua y estabamos ya casi deshidratadas. A pesar de beber muy poco reconforta en extremo y te da energía. De todas formas, a veces no te ofrecen porque piensan que como lo han hecho con agua del río no lo vas a aceptar. La comida incluida en el precio del billete consistía invariablemente en una fuente grande de arroz amarillo grasiento para cada cuatro o cinco personas al desayuno y la cena. Creo recordar que no servían almuerzo , pero si lo servían era también arroz. Nosotras la compartimos sólo con el viejillo, ya que Ana, una chica muy maja de París, no quiso comer. El sabor no es malo pero es desagradable ver como hacen una bola con la mano, la aplastan bien como hacemos nosotros a veces con los polvorones y luego la ingieren. En Yemen aunque también comen el arroz con la mano, éste está más suelto y no lo aplastan una y otra vez, por eso, no me resultó nunca desagradable. El primer día el viejillo respetó nuestro trozo de bandeja, pero el segundo pasó la mano por toda ella y a mí me dieron arcadas. A la tarde Mahmud nos ofreció medio mango y al día siguiente cuando Ana le ofreció fruta al viejillo, éste dijo que nos diese también a nosotras. Los de la pinaza también nos ofrecieron té el último día cuando estuvimos jugando con el niño pequeño. Un bebé que lloraba y se revolvía a rabiar si lo dejaban solo con nosotras, pero que se reía a carcajadas si, estando en brazos de su madre, yo le decía que le iba a coger el trasero. La verdad es que la gente resulta muy amable y agradable. La sensación de seguridad, por otra parte, es total.
Hasta el tercer día la pinaza casi no para para recoger o dejar gente. Pero en una de estas paradas unas chicas vinieron a vendernos galletas y demás. Se acercaron en barca y luego se aproximaron más adentrándose en el río con el agua hasta más arriba de la cintura, sosteniendo en la cabeza las planganas con el producto. La gente se interesó mucho por los pescados secos y alguno que otro compró, aunque tras regatear mucho. A la hora de comerlo, lo compartieron entre todos. El dinero lo llevan escondido en un bolsillo oculto dentro de los pantalones a la altura de sus partes más o menos. Así que cuando quieren sacarlo para pagar se tienen que desabrochar la bragueta y rebuscar por ahí adentro. Cuando duermen dos hombres muy juntos (no hay espacio para que corra el aire) se colocan como las sardinas en lata, la cabeza de uno a la altura de los pies del otro, y viceversa. Uno de los turistas que iban en la barca, creo que era franco-libanés, ha lanzado una camiseta negra sucia y vieja a la pozaleta de una de las chicas que por encima de la cintura sólo llevaba puesto un sujetador (¡supongo que para no mojarse la ropa, como es lógico!). Esta le ha mirado inexpresivamente y ha seguido intentando vender el producto.
La músicas se superponen. Aunque esté puesto el casette de uno de los chicos, los otros encienden sus radios si les apetece escuchar otras cosas sin pedirle al primero que apague el aparato. Esto hace que el guirigay sea tremendo. Mucho del tiempo nos lo pasamos escuchando versos coránicos, aunque estuvieron escuchando una cinta en la que se nombraba a Alá y se mencionaban varias suras coránicas y, sin embargo, se morían de la risa. Debía ser algún humorista. El viejillo que va a nuestro lado tenía unos papeles del Corán y cuando cogió el libro de Ana, se puso a intentar leerlo de derecha a izquierda, como si estuviese en árabe. Este hombre no hace sino probar todo lo que los extranjeros sacamos. Hasta se extendió por el brazo la crema que le vió a la francesa.
A la hora de rezar hay un joven que suele ponerse el pañuelo al modo beduino que apenas si gasta agua para hacer las abluciones. Con unas gotitas se lava los pies y brazos, las orejas... Se esparce el agua con suma suavidad, junta sus manos en una leve inclinación de los dedos para orar y reza con los ojos cerrados. Parece que está representando un teatro, te deja hipnotizada. Después escupe con delicadeza al diablo y da por finalizada la oración.
El segundo día en pinaza vimos un hipopótamo por medio del río. Es lo que tiene Africa. De repente todos empezaron a gritar: "Mali Sadjo, Mali sadjo" (hipopótamo, hipopótamo). Apenas se le veía la cabeza pero pudimos verlo bien con los prismáticos. Mis compañeros de viaje me los pidieron para verlo ellos también, pero el viejillo no acertaba, no sabía mirar por ellos. Cerca de Korioumé también parece que vieron otro, pero yo no lo vi.
La mayoría de la gente que iba en la pinaza se dirigía a los pueblos anteriores pero cercanos ya a Tombuctú. Llevaban colchones y juguetes de plástico para sus críos. En uno de esos pueblos, como una hora antes de llegar a Korioumé, había cantidad de gente vestida al estilo tuareg, con dagas y bandoleras, cubiertos con turbante y bubú. Metían las cabras a la barca, charlaban...Parecía ser día de mercado y había una gran y colorida animación. Las barcas se iban llenando de gente y partían a tope de tuaregs, mujeres de negro, hombres con espadas y la cara cubierta. Fue alucinante, aunque ya habíamos visto algún campamento nómada con camellos más atrás. Los niños intentaron venir a vender con sus pozaletas en la cabeza pero cubría demasiado.
Abu, al llegar a Korioumé, cuando estabamos en la pequeña pinaza que nos llevaría a tierra, me dijo adiós desde encima de la Air Buctú llamándome por mi nombre. No recordaba habérselo dicho, pero él si se acordó, al parecer hay un nombre sonrai que suena parecido al mío. La pinaza que nos llevó a tierra estaba llena de agua y troncos, pero, bueno, llegamos sanas y salvas. Lo malo es que ahora había que tomar una baché, una especie de furgoneta semiabierta con bancos metálicos, que era lo único que le faltaba a mis posaderas. El conductor iba a mil por hora y dió un frenazo que p'a habernos mata'o. El camino a Tombuctú está jalonado de árboles que se vislumbraban en la oscuridad. Estaba absolutamente de noche y no había ni una luz. La entrada a la ciudad fue como de película de Indiana Jones. Los niños perseguían el baché y se subian a él en marcha con peligro de descalabrarse. Algunos consiguieron sentarse. Al llegar al hermoso hotel Buctú con sus puertas de estilo marroquí, fuimos a ver la habitación. El suelo de los pasillos del hotel estaba lleno de pequeñas cucarachas que ibas pisando sin querer y que hacían un ruido asqueroso. Al bajar las escaleras hacia la calle las polillas se estrellaban contra ti sin piedad. En el restaurante vimos a un chaval saliendo de otras habitaciones que había en el lado de la recepción pasándose la mano nerviosamente por el pelo seguramente intentando quitarse de encima algún insecto irreverente. Cenamos una sopa, una botella de agua y té, necesitabamos rehidratarnos con urgencia. Afortunadamente, en la habitación no parecía haber más cucarachas de las soportables.
Mamadou y Abu con el pequeño |
Creo que fue antes de la primera noche que vimos en la orilla en lontananza una mezquita de estilo sudanés enorme que me recordó a la Sagrada Familia por sus más de dieciseis o dieciocho torretas picudas.
Hay gente que duerme fuera de la pinaza y otros que se quedan dentro o sobre su techo. Dormir es extremadamente incómodo porque la superficie de sacos de mijo tiene altibajos y es muy dura (la palabra "muy" no gradúa correctamente la dureza de los sacos de los cojones. Yo acabé llena de cardenales). Es como dormir sobre hierro, solo que al no ser una superficie uniforme es imposible coger una posición cómoda, con lo que uno acaba con moratones en rodillas, hombros y caderas. De todas formas a las cuatro de la madrugada ya nos llamaron para que nos depertaramos para partir. Aunque finalmente tuvimos que retrasar la salida porque la tormenta que nos había estado acechando toda la noche nos había alcanzado al fin. Tuvimos que bajar todos los cueros que hay a los lados de la embarcación a modo de estores para protegermos del agua y permanecer a oscuras en un extraño silencio hasta que dejó de llover y los barqueros decidieron que era seguro zarpar. Esto fue a las 6:00 de la mañana. Estabamos a las puertas del lago Debo. El día anterior no entramos porque según Mahmud, un chico que trabaja en el Grand Marché de Tombuctú, es peligroso en época de lluvias por la noche. Puede no llover cuando entras, pero si te pilla la lluvia en el lago la travesía se ve seriamente dificultada. De hecho, ese día al rato de salir, aún siendo de día, al parecer estuvimos un rato perdidos en el lago sin encontrar el rumbo. Por la noche es constante el ruido del achique de agua por parte de los tripulantes, que supongo se turnan en esta tarea. Es un ruido agradable, aunque no sé si tranquilizador.
La comida la preparan con carbón, como en casi todos los sitios en este país, incluso en los restaurantes, lo que hace que hacer un simple té se demore interminablemente. En Mali acostumbran a hacer un té muy potente y amargo en una tetera extremadamente pequeña y lo sirven en un vasito pequeño que a veces se pasan de uno a otro para que beba cada uno un sorbito. Mahmud nos ofreció un sorbo el segundo día y yo casi se lo bebo todo porque se nos había acabado el agua y estabamos ya casi deshidratadas. A pesar de beber muy poco reconforta en extremo y te da energía. De todas formas, a veces no te ofrecen porque piensan que como lo han hecho con agua del río no lo vas a aceptar. La comida incluida en el precio del billete consistía invariablemente en una fuente grande de arroz amarillo grasiento para cada cuatro o cinco personas al desayuno y la cena. Creo recordar que no servían almuerzo , pero si lo servían era también arroz. Nosotras la compartimos sólo con el viejillo, ya que Ana, una chica muy maja de París, no quiso comer. El sabor no es malo pero es desagradable ver como hacen una bola con la mano, la aplastan bien como hacemos nosotros a veces con los polvorones y luego la ingieren. En Yemen aunque también comen el arroz con la mano, éste está más suelto y no lo aplastan una y otra vez, por eso, no me resultó nunca desagradable. El primer día el viejillo respetó nuestro trozo de bandeja, pero el segundo pasó la mano por toda ella y a mí me dieron arcadas. A la tarde Mahmud nos ofreció medio mango y al día siguiente cuando Ana le ofreció fruta al viejillo, éste dijo que nos diese también a nosotras. Los de la pinaza también nos ofrecieron té el último día cuando estuvimos jugando con el niño pequeño. Un bebé que lloraba y se revolvía a rabiar si lo dejaban solo con nosotras, pero que se reía a carcajadas si, estando en brazos de su madre, yo le decía que le iba a coger el trasero. La verdad es que la gente resulta muy amable y agradable. La sensación de seguridad, por otra parte, es total.
Hasta el tercer día la pinaza casi no para para recoger o dejar gente. Pero en una de estas paradas unas chicas vinieron a vendernos galletas y demás. Se acercaron en barca y luego se aproximaron más adentrándose en el río con el agua hasta más arriba de la cintura, sosteniendo en la cabeza las planganas con el producto. La gente se interesó mucho por los pescados secos y alguno que otro compró, aunque tras regatear mucho. A la hora de comerlo, lo compartieron entre todos. El dinero lo llevan escondido en un bolsillo oculto dentro de los pantalones a la altura de sus partes más o menos. Así que cuando quieren sacarlo para pagar se tienen que desabrochar la bragueta y rebuscar por ahí adentro. Cuando duermen dos hombres muy juntos (no hay espacio para que corra el aire) se colocan como las sardinas en lata, la cabeza de uno a la altura de los pies del otro, y viceversa. Uno de los turistas que iban en la barca, creo que era franco-libanés, ha lanzado una camiseta negra sucia y vieja a la pozaleta de una de las chicas que por encima de la cintura sólo llevaba puesto un sujetador (¡supongo que para no mojarse la ropa, como es lógico!). Esta le ha mirado inexpresivamente y ha seguido intentando vender el producto.
La músicas se superponen. Aunque esté puesto el casette de uno de los chicos, los otros encienden sus radios si les apetece escuchar otras cosas sin pedirle al primero que apague el aparato. Esto hace que el guirigay sea tremendo. Mucho del tiempo nos lo pasamos escuchando versos coránicos, aunque estuvieron escuchando una cinta en la que se nombraba a Alá y se mencionaban varias suras coránicas y, sin embargo, se morían de la risa. Debía ser algún humorista. El viejillo que va a nuestro lado tenía unos papeles del Corán y cuando cogió el libro de Ana, se puso a intentar leerlo de derecha a izquierda, como si estuviese en árabe. Este hombre no hace sino probar todo lo que los extranjeros sacamos. Hasta se extendió por el brazo la crema que le vió a la francesa.
A la hora de rezar hay un joven que suele ponerse el pañuelo al modo beduino que apenas si gasta agua para hacer las abluciones. Con unas gotitas se lava los pies y brazos, las orejas... Se esparce el agua con suma suavidad, junta sus manos en una leve inclinación de los dedos para orar y reza con los ojos cerrados. Parece que está representando un teatro, te deja hipnotizada. Después escupe con delicadeza al diablo y da por finalizada la oración.
El segundo día en pinaza vimos un hipopótamo por medio del río. Es lo que tiene Africa. De repente todos empezaron a gritar: "Mali Sadjo, Mali sadjo" (hipopótamo, hipopótamo). Apenas se le veía la cabeza pero pudimos verlo bien con los prismáticos. Mis compañeros de viaje me los pidieron para verlo ellos también, pero el viejillo no acertaba, no sabía mirar por ellos. Cerca de Korioumé también parece que vieron otro, pero yo no lo vi.
Río Níger cerca de Tombuctú |
Abu, al llegar a Korioumé, cuando estabamos en la pequeña pinaza que nos llevaría a tierra, me dijo adiós desde encima de la Air Buctú llamándome por mi nombre. No recordaba habérselo dicho, pero él si se acordó, al parecer hay un nombre sonrai que suena parecido al mío. La pinaza que nos llevó a tierra estaba llena de agua y troncos, pero, bueno, llegamos sanas y salvas. Lo malo es que ahora había que tomar una baché, una especie de furgoneta semiabierta con bancos metálicos, que era lo único que le faltaba a mis posaderas. El conductor iba a mil por hora y dió un frenazo que p'a habernos mata'o. El camino a Tombuctú está jalonado de árboles que se vislumbraban en la oscuridad. Estaba absolutamente de noche y no había ni una luz. La entrada a la ciudad fue como de película de Indiana Jones. Los niños perseguían el baché y se subian a él en marcha con peligro de descalabrarse. Algunos consiguieron sentarse. Al llegar al hermoso hotel Buctú con sus puertas de estilo marroquí, fuimos a ver la habitación. El suelo de los pasillos del hotel estaba lleno de pequeñas cucarachas que ibas pisando sin querer y que hacían un ruido asqueroso. Al bajar las escaleras hacia la calle las polillas se estrellaban contra ti sin piedad. En el restaurante vimos a un chaval saliendo de otras habitaciones que había en el lado de la recepción pasándose la mano nerviosamente por el pelo seguramente intentando quitarse de encima algún insecto irreverente. Cenamos una sopa, una botella de agua y té, necesitabamos rehidratarnos con urgencia. Afortunadamente, en la habitación no parecía haber más cucarachas de las soportables.
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