Mercado de Weyto |
La ventaja que tienen los autobuses etíopes que circulan por las principales ciudades del norte del país es que no suelen admitir viajeros de pie o en los pasillos. Todo el mundo tiene su asiento. Los autobuses solo excepcionalmente están dispuestos a coger algún viandante que tendrá que ir en cuclillas en el pasillo, y siempre en alguna zona remota con dudosa presencia policial y, por supuesto, después de una ardua negociación. Para la gente que vive montaña arriba en zonas remotas es tremendamente difícil conseguir transporte para cualquier sitio. Se tienen que desplazar a pie por la orilla de puertos endiablados y carreteras sin arcenes rezando para que dos autobuses no se crucen en dirección contraria, lo que podría suponer verse en la tesitura de elegir entre salir despedido al abismo o ser atropellado. Si piensan vender o comprar algo en el mercado al que seguramente se dirigen, habrán de proveerse de borricos o camellos según las zonas para transportar la mercancía. Lo mismo habrán de hacer si su intención es que les den unos sacos de maiz transgénico norteamericano que la ONG de turno reparte en un único punto colocado en una montaña en el culo del mundo no, más arriba. Teniendo en cuenta las dificultades de trensporte de los pobres campesinos, ¿no sería más sencillo ir dejando los sacos por las distintas poblaciones con ayuda de los supertodoterrenos de ONGs varias y la ONU?
Pero, me estoy desviando del tema. A lo que estamos, que la ventaja de los buses del norte es que no se llenan a tope. En el sur, sin embargo, parece estar tolerado coger a tanta gente como quepa, siempre que ante la presencia policial estén dispuestos a bajarse y quedarse colgados unos kilómetros antes de la entrada a la ciudad. A veces se les da algún birr para que paren una furgoneta compartida o un tuk-tuk. La policía suele aceptar más viajeros que asientos, siempre que durante la revista al autobús se sienten si hace falta unos encima de otros y pongan cara de ir supercómodos. Cerca de Yabelo he visto subir a un autobús ya repleto de gente en plan dibujo de cómic, con la gente saliéndose por las ventanillas, unos diez jóvenes musulmanes de unos 17 años bien alimentados de vuelta a casa por el Ramadán. Uno de ellos entró por una de las estrechas ventanas, después de pasar todos los libros, mochilas y bártulos por el mismo sitio. Permanecieron haciendo el chorra en el pasillo, de pie, tumbados unos encima de otros..., no hubo ningún axfisiado por puro churro, porque gritos de socorro si se oyeron. Antes de Yabelo y su control policial de entrada se bajaron carcajeantes. ¡Juventud, divino tesoro!. Puede pasar que el que está esperando en la carretera pueda pagar más que tú, que ya te las prometías felices dentro del bus, y entonces van, te devuelven el dinero, te dicen que hasta luego Lucas y te plantan en la carretera a verlas venir, para hacer hueco a los viajeros más pudientes. ¡Y luego dicen que la vida en Occidente es estresante!
De todas formas, en el sur no todas las carreteras están asfaltadas, aunque están en ello, y por donde no está asfaltado llevar esos autobuses supondría un suicidio y tener que renovar toda la flota en pocos días. Por eso, sólo encontrareis autobuses para ir a las ciudades que están en la carretera principal: Konso, Weyto, Key Afer, Jinka, Yabelo, y la frontera con Kenia. Para moverse por el resto de los pueblos no hay transporte público como tal, digan lo que digan las guías. Los lugareños sondean por aquí y por allá que camión, pick up etc. pasará por allí en la dirección que ellos quieren y más o menos a qué hora y esperarán pacientemente a que pase. Entonces empezará un toma y daca, el camionero intentando conseguir el mayor beneficio posible y los campesinos y ganaderos intentando gastar lo menos posible. Durante la puja unos suben, el camión arranca un trecho dejando a otros en tierra, se vuelve a parar, coge a otros tres, arranca, se para, nueva oferta... hasta que al final montan todos. Supongo que todos no pagan igual, así que dependiendo del dinero que te cueste el pasaje podrás ir en un sitio más o menos cómodo.
Intentar viajar así para un extranjero supone una tarea titánica, casi imposible, y muchísimo tiempo si no se tiene un lugareño que a cambio de un dinerillo esté dispuesto a buscar y negociar los transportes. Con todo, y a pesar de que siempre te van a cobrar más (mucho más) que a un paisano, no hay que esperar privilegios, puedes tener que llegar a esperar horas hasta que alguien esté dispuesto a llevarte y el transporte será tremendamente incómodo casi siempre aunque a ti te dejen la zona del camión más cómoda. Nosotras contratamos en Konso un joven que se prestó a esta labor durante unos 10 días. Le pagamos 20 euros por día, lo que él nos pidió, sin regatear. Otros turistas nos dijeron que les parecía caro pero, sinceramente, desde mi punto de vista no hubo dinero mejor empleado y, además, no me parece una tarifa excesiva por estar a tu disposición durante 24 horas. No es fácil encontrar algún joven que se preste a este trabajo, ya que aunque hay mucho ganapan ocioso en Konso, es más fácil convencer a un turista para que alquile un coche todoterreno con conductor y guía que le lleve a ver los pueblos principales. Esto supone una auténtica pasta gansa para ellos y, además, viajaran comodamente sentados, sin hacer nada, ya que no hay monumentos ni historia que explicar -aunque hubiese no la conocen- y si quieres visitar alguna aldea y entrar en las casas de la gente necesitas un permiso especial del pueblo en cuestión y siempre te asignaran un guía del pueblo que te acompañe o explique las cosas tras un pequeño pago, claro. De todas formas, es esto lo que hacen casi todos los turistas, no sin contratiempos. A unos españoles les dejaron tirados: una mañana se levantaron y habían desaparecido conductor y coche. Estas y otras incidencias, por lo que nos relataron durante el viaje distintos viajeros, no se puede decir que sean raras en Etiopía.
Nosotras convenimos con Dasta pagarle una vez hecho el trabajo. Así íbamos dándole cierta cantidad de birr cada pocos días cuando él nos los pedía y la cantidad que nos pedía y lo apuntábamos en un cuaderno. Por supuesto nosotras siempre controlabamos que más o menos correspondiese con lo que le debíamos por los días que ya había trabajado para nosotras, pero siempre siendo flexibles. Al final del viaje al precio final le restamos lo que ya le habíamos dado y punto. No hubo ningún mal rollo.
Recomiendo encarecidamente esta forma de viajar. Fuimos primero a Weyto en un autobús (está en la carretera principal) sentadas de mala manera en la parte delantera del bus porque para cuando éste llega a Konso ya está lleno. A pesar de estar a pocos kilómetros de Konso la gente cambia totalmente. Es fascinante ver el mercado, hay muy pocos turistas y la indumentaria y aspecto de los compradores y vendedores os encantará. Tras la visita y tras esperar todo el día, al anochecer Dasta nos comunicó que al parecer el camión que tenía que pasar de vuelta a Arboré, que es a donde nos dirigíamos, no pasaría ese día, así que nos tuvimos que quedar allí a dormir en un sencillo hotel, para salir a las cinco de la madrugada en un camión que ya estaba en el pueblo, de hecho estaba aparcado en el mismo chiringuito donde nosotras estabamos esperando y donde luego dormiríamos. Antes habíamos salido a dar una vuelta por la carretera y habíamos visto a muchos de los que estaban a la mañana en el mercado como nosotras esperando que llegase algún camión que les llevase de vuelta a casa. Nos saludaban alegres y un poco achispados -el día de mercado es un día para festejar y alternar y junto a los puestos hay casetas para tomar alubias y cerveza, sobretodo cerveza-, algunos tambaleandose notoriamente. A las cinco de la mañana allí nos juntamos todos en el mismo camión, nosotras y la gente a la que habíamos estado intentando fotografiar curiosas la mañana anterior. Vivir este tipo de pequeñas experiencias con los lugareños no tiene precio y uno se sorprende de lo rápidamente que se adapta a la situación. Cuando un joven que se está bajando del camión nos dice "borkota, borkota", sin darle importancia miramos alrededor nuestro, buscamos el pequeño asiento que los hombres de la zona llevan a todas partes y que se denomina borkota, y se lo acercamos como si nada, como si fuese lo más normal del mundo. Te sientes uno más. Como veis ir al mercado para un etíope del sur es toda una excursión, nunca saben cuándo podrán volver a casa.
Estas dificultades a la hora de moverse de un pueblo a otro es lo que, a mi parecer, ha favorecido el mantenimiento de una gran diversidad de etnias en un espacio muy reducido. En Arboré, pueblo que consiste en un corto camino bordeado de casas de adobe que en sus extrarradios secos tiene dispersos grupos de chozas redondeadas, el aspecto de la gente es muy diferente al de los de Weyto. Allí conocimos a Hora, un pastor que había estado en Guadalajara (España) en un encuentro de pastores. Lo que más le sorprendió fue la gran jarra de leche que les sirvieron durante una comida, ya que en esta zona la leche no debe ser buena y sólo se puede tomar en polvo. El Rey de España le puso un pin que nos mostró. ¿Es de oro? -preguntó Dasta.
Otra vez tuvimos que esperar hasta que al atardecer un hombre en una pick up accedió a llevarnos a Turmi. Otros anteriormente se habían negado o habían pedido precios excesivos. De todas formas, mientras esperamos en un bar, hablamos con los que allí estaban de la homosexualidad, penada en Etiopía con 6 meses de cárcel, y la comparamos con la situación en España. Lo que más les chocó fue el escuchar que hace años en España también estaba penada. Nos enteramos de que un trabajador de la empresa pública gana unos 500 birr (1euro= 16,689 birr en 2010) al mes y, aun siendo un privilegiado, vive a duras penas. A Dasta el alquiler de su pequeña habitación le costaba 8 euros al mes. Otro nos informó sobre su página en Facebook... Quiero decir con esto, que aunque uno tenga que pasar horas de espera, ésta es sin duda fructífera, siempre que uno vaya preparado mentalmente y relajado, y no se ponga metas horarias absurdas. Nuestra manía de buscar lo interesante en el futuro -o en la siguiente población una vez que la primera ya está fotografiada- hace que nos perdamos lo bueno de la situación que estamos viviendo.
En las traseras del pick up, al que se sube mucho más fácilmente que al camión, me sentí más insegura que en el camión, pero tenía la ventaja de que ibas viendo todo el camino en formato panorámico y allí estaban desde unos pocos kilómetros más allá de Arboré, los hamer, con su indumentaria y peinado típicos y sus cuerpos rojizos, andando por la carretera, algunos de ellos camino del mercado del día siguiente en Turmi. Otra vez un cambio radical de gente en apenas unos kilómetros.
Salir de Turmi fue más fácil, ¡y cómodo!, fuimos en la cabina de un camión que llevaba encima de las mercancias a tres trabajadores que dejó en mitad de ninguna parte, en un desierto repleto de enormes termiteros, después de que el conductor preguntase a un hamer solitario que llevaba media calabaza por sombrero dónde andaba la cuadrilla a la que tenían que sumarse los susodichos. Antes estos obreros y nuestro guía tuvieron que bajarse del camión para que éste consiguiese cruzar algún que otro wadi o río seco y estuvimos un rato parados para cambiar una rueda pinchada, pero por lo demás el viaje transcurrió sin percances. Y así llegamos a Kangaté, al otro lado del río Omo, donde viven los nyangaton. Otra vez alucinas con el cambio de rostros, ropajes, etc. Salir de aquí, sin embargo, no es tarea fácil. Las negociaciones fueron muy duras, Dasta nos tuvo que pedir a ver hasta qué tope estabamos dispuestas a pagar por el transporte. El día siguiente era el día de mercado en Key Afer y como destino turístico que es, se servían de esta supuesta premura nuestra por salir (en realidad nos daba igual, ya era imposible alucinar más sin tomar qat) y de que el transporte en la zona seguramente no es muy abundante y tal vez no teníamos más opciones en días. Y cuando ya conseguimos un camión, para pasar a la otra orilla del río a cogerlo los barqueros de barca a motor nos querían pedir el oro y el moro. Nuestro guía intentó rebajar el precio, pero cansado ya de regatear (estuvo toda la mañana en negociciones) y ante la cabezonería del barquero optó por montarnos en un tronco de árbol vaciado, dirigido por un hombre que con ayuda de una vara lo va llevando a la otra orilla en comadreo con las corrientes, no sin grandes sudores. Esta es la forma más barata que tienen de cruzar de un lado al otro del Omo las gentes de aquí y la verdad es que fue una experiencia bonita.
El camión que nos llevó a Key Afer iba cargado de gente de las más diversas etnias, había musulmanes bastante claros de piel, un joven con una cadena dorada que parecía el principe de Bel Air, otro que llevaba una escarificación en el brazo en forma de pequeña cuadrícula... Incómodo de cojones pero guay. Al llegar a Dimeka nosotras y nuestro guía tuvimos que bajarnos porque en la población había un control policial y los blancos no podemos en teoría viajar así si no es sobornando a la poli, así que abajo, ¡cómo si fuese sencillo bajarse de ese camión! ¡para luego volver a subirse! Cruzamos el pueblo andando hacia la otra salida de la aldea. En el caminó nos llamaron de varias casas. Una creo que era un prostíbulo. En otra unos chavales nos invitaron a una calabaza de café, en otra unas chavalinas estuvieron explicándonos por gestos (nos entendíamos perfectamente con ellas) porqué una tenía escarificaciones en el rostro y espalda y la otra no, y qué teniamos que hacer para llevarnos a la hermanita pequeña, que repetía todo lo que decíamos ya fuese en hamer, amariña o español, a América (es con el lugar del mundo que nos identificaban): habíamos de hablar con su madre y concertar un precio y punto, ya nos la podíamos llevar sin problemas, a la pequeña, o a las tres si queríamos. Para mi fue una experiencia maravillosa. Y todo transcurrió en muy poco tiempo, mientras esperabamos el camión, que, por cierto, llegó con mucha más gente que antes. ¡Era un auténtico camión patera! La gente, sin embargo nos había respetado, en la medida de lo posible, nuestros sitios, y se mostraron muy amables ayudándonos a subir al camión y siendo benevolentes cuando sin querer les pisabamos: ¡no había donde poner un pie!. Se hizo de noche, lo que preocupaba a Dasta, ya que indudablemente es bastante peligroso, pero finalmente llegamos a Key Afer.
A Jinka y de vuelta a Konso se puede ir en bus y minibus, frecuentes en día de mercado, así que se acabó la aventura. La recomiendo vívamente, no tiene nada que ver con ir en un 4x4. Conoces a la gente, sufres sus penalidades, eres consciente de lo dura que es su vida pero sobretodo disfrutas mogollón, te olvidas del tiempo y disfrutas con cada segundo del viaje, no solo con hacer fotos en los mercados recomendados por la guía. Por otra parte, la misma gente que en el mercado te chilla para que no les hagas una foto, cuando viajan contigo de vuelta a casa te sonríen mientras cantan a coro una especie de "la tarara sí, la tarara no" y cuando bajan te dan la mano y te desean buen viaje, que ellos ya han llegado. A pesar de que a veces tal vez pagues como si fueses comodamente en un todoterreno por ir como las sardinas en lata, sigo pensando que merece la pena.
Como estuvimos contentas con Dasta lo volvimos a contratar para ir a Yabelo, el cráter de El Soda y los pozos borana. Para ir a Yabelo hay autobús, que sigue hasta la frontera keniana, y en Mega se puede coger un bus a El Soda, pero luego para ir a ver los pozos cogimos camión hasta un cruce de caminos y luego un pick up repleto de mujeres boranas. Esta zona también os sorprenderá: los hombres se suben al autobús con lanzas que se queda el ayudante de conductor o suben a la baca. Las mujeres tienen una vestimenta y aspecto que a mi me recordó a las peul del Africa occidental y un fuerte olor a animales, leche y niños. Al dar su conformidad con alguna opinión pronuncian un largo eeehh como si se dirigiesen a algúna vaca. Los niños tienen el pelo largo, rizado y alborotado, lo que junto con los ropajes de algodón de color indefinidamente marronáceo que por el uso y la suciedad han adquirido una textura como de cuero, les da a algunos un aspecto tremendamente asalvajado.
sarna con gusto no pica
ResponderEliminarsarna con gusto no pica
ResponderEliminar