De cine
Viajar es
algo más que ver monumentos de corrido e ir tachando los lugares de interés que
pone en las guías. Tan gratificante o más que eso resulta sumergirse en un
mercado, intentar comprar unos huevos cocidos en el idioma local, dejarse
invitar a beber un té o… ir al cine.
En India
la experiencia de ir un día al cine merece la pena. Fuimos en Jaipur al cine
Raj Mandir que sólo por su arquitectura interior merece la pena visitar, pero
sin duda lo mejor fue observar a la gente y la película en sí. Ésta era un film
de Bollywood de tres horas de duración con un intermedio en medio. Pero como en
las películas los indios acostumbran hacer números de baile y demás no resulta
aburrido. En ese cine hay varias salas: esmeralda, rubí, diamante y perla.
Nosotras fuimos a la mayor, la sala esmeralda, que creo tenía cabida para unas
900 personas y era donde se juntaban principalmente las familias. Otras salas
son más íntimas, pero en India teniendo en cuenta lo sobones que son los
hombres consideramos más acertado ir a la sala familiar. Van las familias
enteras con niños incluso de tres años que cuando lloran son atendidos
normalmente por los hombres. La gente que está en el cine parece tener un nivel
económico superior a la gran mayoría de los indios, aunque están tan delgados
que cuando pasan con sus niños por delante de la pantalla ni molestan, sólo se
ven unas rayas andantes con anillo brillante. Para coger los tickets para la
sala esmeralda hay dos ventanillas, una para mujeres y otra para hombres. La
entrada es bastante cara para ellos.
La
película era una parábola de la relación entre India y Pakistán, perfectamente
comprensible aunque no supieses hindi. Dos hermanos gemelos se ven separados
durante un bombardeo en la antigua guerra entre ambos países. Uno de ellos se
pierde y es recogido y educado por una familia pakistaní. Ambos hermanos,
luchan sin saberlo cada uno en un bando. Finalmente al descubrir que son
hermanos acaban ayudándose, el indio ayuda a evitar el complot para atentar
contra el avión del presidente de Pakistán y el pakistaní hace algo similar. Al
final de la película se abren las fronteras y grupos de pakistaníes se abrazan
con sus hermanos hindustaníes al son de una canción patriótica. En ese momento,
así como cuando el pakistaní llama bhai (hermano) al hindustaní, la gente que
estaba viendo el film aplaudió a rabiar. Dejando a un lado el argumento
principal, el film era una mezcla de historia de amor, violencia en plan
gracioso, gags tipo coche fantástico, canciones y bailes. La salida del cine
fue espectacular con tanta gente negociando a la vez el precio de un rickshaw.
Ese día
que fuimos al cine en Jaipur era domingo por la mañana y estaba a tope. En
Burkina Faso, sin embargo, fuimos el sábado a la sesión de las 20:30 y el cine
también se llenó. En Burkina, como en India, el cine es toda una institución,
allí se celebra cada dos años uno de los festivales más importantes de África.
Fuimos al cine Burkina de Ouagadougou a ver “El amor
todavía es posible”, de un director burkinabe. La gente va con sus mejores galas, bien vestidos, peinados y perfumados, aunque hay de todo, claro. La película ha empezado a la hora prevista y se han reído tanto que a veces saltaban de sus asientos. El tema era universal y se entendía muy bien aunque la película era en francés: viejo de buen nivel económico se lía con jovencita que ha dejado de creer en el amor y busca solo dinero. Algunos espectadores se anticipaban a la conversación que iban a tener los actores:
Mirando la cartelera en un cine de Gorom Gorom |
todavía es posible”, de un director burkinabe. La gente va con sus mejores galas, bien vestidos, peinados y perfumados, aunque hay de todo, claro. La película ha empezado a la hora prevista y se han reído tanto que a veces saltaban de sus asientos. El tema era universal y se entendía muy bien aunque la película era en francés: viejo de buen nivel económico se lía con jovencita que ha dejado de creer en el amor y busca solo dinero. Algunos espectadores se anticipaban a la conversación que iban a tener los actores:
-¿Dónde has estado? - le preguntaba la actriz al actor sospechando que su
marido tenía un lio.
-En la oficina. -contestaban anticipándose al actor varios de los
espectadores, que sin duda se habían visto en el mismo brete más de una vez.
Finalmente
el viejo vuelve con su mujer a la que quería mucho y la joven encuentra el
amor. La mujer va más de una vez donde el marabú para que le dé pociones, le
tire los cauris o le recite unos salmos coránicos que le ayuden a recuperar a
su marido. La gente se ríe mucho cuando el marabú recita unos salmos coránicos
en plan gracioso. Las jóvenes aplaudieron mucho al final de la película cuando
el consejero musulmán les dice a los hombres que hay que respetar a la mujer,
que es quien nos da la vida y tal y cual. Las chicas de la sala aplaudieron y
gritaron bravo.
Fuimos a
ver la película al final del viaje a Burkina y resultó muy curioso ver mucho de
lo que has ido viviendo durante un mes reflejado en la pantalla: los autobuses
de la Sogebaf, el saludo de los jóvenes al estilo negro americano, que tras
darse la mano suavemente, chascan los dedos para después chocar los puños, el
saludo más serio de los musulmanes que se llevan la mano al corazón, el de los
que cruzan los brazos delante de la tripa y agachan la cabeza (este lo vimos
sólo un par de veces, suponemos que es más típico de las zonas rurales o de
determinada etnia), el hotel Ran, los taxis verdes, los maquis café, el mercado
de frutas y verduras, las motos, etc.
En Omán
también nos decidimos un día a ir al cine. En cartelera había diversas opciones tanto en inglés como en
lenguas del subcontinente indio. Nos decidimos por una peli india. Cuando
fuimos a comprar la entrada todos nos decían que había films en inglés, que
fuésemos a ver una peli en inglés, pero, desgraciadamente no les hicimos caso.
La película era en alguna lengua del sur de la india, bengalí o así, pero no
había porqué preocuparse ya que estaba subtitulada en árabe y urdu o algún otro
idioma indio. A pesar de que la peli era sumamente violenta, en la sala, que no
se llenó, había niños menores de 12 años. Creo que todos los espectadores eran
indios o pakistaníes. Al principio dije: a vale, ya sé de qué va, un hombre ha
matado a su mujer en presencia de su hijo de unos 7 años, así que éste, claro,
ahora ingresa en una especie de escuela de artes marciales para aprender a
luchar y luego vengar la muerte de su madre. Eso parecía pero a partir de ahí
estuve perdida las tres horas que duró la peli, no tengo ni idea de lo que
pasaba. Eran como unas mafias que luchaban unas contra otras con gran
violencia, poco más puedo decir. Los hombres iban vestidos con unas
faldas-pareo largas que de vez en cuando se recogían ayudándose del pie por
detrás para empujar la falda hasta la altura de la mano y finalmente con ésta
sujetarse un extremo de la falda en la cintura, de forma que, al quedar las
piernas al aire, tuviesen más facilidad de movimientos. Si me hubiesen
preguntado al final de la peli de qué iba sólo hubiese podido contestarles eso.
Otra vez en mi ciudad me pasó algo semejante con un film maliense. A pesar de
tener una sinopsis de la peli no me enteré de nada, sólo recuerdo una pareja de
jóvenes muy guapos y que no sé qué ostias pasaba con un huevo de avestruz.
Ir al cine
cuando estas de viaje en el extranjero es otra manera de conocer el país que
uno no debería perderse, sobre todo en aquellos países en los que la gente es
muy aficionada al séptimo arte.
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