domingo, 15 de enero de 2012

Yemen



Shibam Hadramaut
La Arabia feliz
 



Una vez me preguntó una compañera de trabajo que cuál era el país que más me había gustado de los que había visitado y yo sin dudar le dije que Yemen. Desde que estuve allí en el 2001 han pasado muchos años y hoy conozco otros países maravillosos y me costaría más responder, pero sin duda Yemen es uno de esos lugares que se te quedan para siempre en el corazón.




Playa de Bir Ali

Sus atractivos son muchos: la excepcional arquitectura popular de sus ciudades de cuento, sus paisajes de montañas lunares, sus mares de dunas y sus enormes wadis, sus playas volcánicas desiertas expuestas al precioso mar Índico y, sobre todo, sus simpáticas gentes con sus ropajes de la edad de Mahoma. Uno a veces cree estar en la recreación de un belén.

Ya en el aeropuerto te sientes transportada a otra dimensión. Parece más bien una estación de autobuses informal bien equipada con un chiringuito que vende dulces, té, galletas abu walad y compresas always, una barra larga que el camarero salta con desparpajo, monitores inservibles que se fueron hace tiempo a negro y unos cuantos asientos en plan sala de cine paralelos a la barra a modo de sala de espera. Bajo la mortecina luz característica de estos lugares pululan mayormente hombres ataviados en su mayoría con faldas de cuadros largas al estilo indio pero de tela más gruesa, camiseta de cuello alto marca Cons, americana, jambia a la cintura –efectivamente, que esté Ud. en un aeropuerto no impide que la gente vaya armada con su inseparable daga- y turbante colocado elegantemente. A las horas de la madrugada que nosotras llegamos no tenía para nada ese toque internacional y alienante que suelen tener los aeropuertos. La policía fue muy amable con nosotras a la hora de hacer el visado (16.000 pesetas de aquella época) y la gente a la que mirábamos nos sonreía.

Mientras esperábamos allí que amaneciese nos dedicamos a observar bien a los yemeníes. Tienen un andar un tanto afeminado, seguramente debido al hecho de llevar faldas -corren de una manera muy "mujer con falda tubo", por ejemplo-, y ya si se meten la mano en el bolsillo de la americana, ni te cuento. Luego están los accesorios, como unas sandalias de plástico con brillantitos que llevaba un hombre bastante grueso y barbudo que cualquiera diría que se las había quitado a la Fátima, o bien un bolso mariconera negro de esos de fuelle que llevaba un joven que subió al avión en Ammán. Con esto no pretendo criticarles, ni mucho menos, están guapísimos y muy sensuales. Son morenos, de rasgos finos, barba rala y ojos extremadamente expresivos, muchos tienen un porte aristocrático, altivo. Son en general delgados y no muy altos pero bien proporcionados. Su carácter un tanto afeminado que intentan disimular con la jambia se ve incrementado por su comportamiento jovial y desenfadado muy semejante al de los marroquíes, siempre medio jugando, dándose besos, pegándose en broma, tumbándose unos al lado de otros en posturas un tanto sensuales, o caminando de la mano. Y este amariconamiento queda aún más patente al pasar la figura de la mujer tan desapercibida, ya que suelen ir tapadas con abayas o kaftanes negros y a veces cubren también su rostro, dejando ver, eso sí, unos preciosos ojos negros almendrados y sonrientes. De todas formas, con su media de ocho hijos nadie duda que los hombres son muy machos, pero tienen una ambigüedad muy atractiva.

Amenaza lluvia en la vieja Sana'a


Nos hospedamos en un hotel muy modesto pero muy bien situado en la calle Zubairy, cerca de Bab al-Yemen, As-Salam se llamaba, con ducha y baño en la habitación aunque las camas son catres nada más y no es difícil encontrar en ellas hojitas de qat (droga blanda legal en Yemen) de las veladas del anterior huésped. ¡Mientras sólo sea eso!


Con el qat en la bolsa
Cuando llueve, cosa que sucede en julio y agosto prácticamente todos los días por la tarde –hasta aquí llegan los restos del monzón indio-, los hombres se remangan la falda o la chilaba por un lado, ya que es muy desagradable que la tela mojada te dé en las piernas, dejando ver el calzoncillo blanco de pata. Un día llovió tantísimo que inundó las calles y todos los hombres se arremangaron la falda completamente con lo que por la calle sólo se veían hombres en calzoncillo y americana caminando con toda naturalidad. El contrapunto de la americana resultaba super chic.

Las jambias, como pasan de padres a hijos, en su mayoría están herrumbrosas y si te la clavasen seguramente morirías más de tétanos que del agujero que te pudiese hacer la daga. Vimos utilizarla a un joven, por ejemplo, para intentar quitarse el anillo de rubí que todos llevan en el anular. Ya el primer día vimos unos tres jóvenes con kalashnikov, pero no nos resultó amenazante porque lo llevaban doblado en dos colgado al hombro como quien lleva un bolso de mano o un azadón para trabajar el campo. El coche ametralladora que había en nuestra calle al mediodía ya daba más mal rollo. Por todo el país las armas están por doquier. En Al-Hajara a la noche oímos tiros pero al mirar por la ventana de la habitación –hacía bastante frío, estábamos tumbadas en un colchón en el suelo (es habitual en Yemen) tapadas con una manta leonesa- vimos también fuegos artificiales, así que supusimos estaban disparando al cielo para celebrar alguna fiesta o boda. 


En el zoco de Sana'a
 Atravesando Bab al-Yemen está el zoco de Sana’a, un zoco típicamente árabe, no excesivamente grande pero muy atractivo, con mucho movimiento. Hay muchas tiendas de apenas cuatro metros cuadrados donde cambian dinero, venden mirra, especias, joyas, jambias, abayas negras con bordados para las mujeres… A su lado, en la acera se apostan los vendedores de frutas y demás. Es fácil que al final de una calleja unos cuantos hombres te pongan delante de la cara unas jambias y digan "five dolar, five hundred rial". Al contrario de lo que pudiese parecer esta frase evita que uno entre en pánico, ya que en seguida entiendes que sólo quieren venderte la jambia. La vestimenta de la gente, la extraordinaria arquitectura de la ciudad vieja con sus casas-torre familiares de cuatro o cinco pisos de adobe y piedra, decoradas con yeso con la característica sencillez y esmero del arte islámico –materiales pobres que logran un efecto de belleza y armonía desde mi punto de vista insuperable- , las vidrieras de encima de las ventanas y de la galería o mafraj que a la noche despiden colorines de luz en la oscuridad de la calle,… todo hace que te veas transportado a un zoco de otro tiempo, de cuando la gente se movía a camello y llegaba a la ciudad en busca de algún caravasar donde descansar tras duras jornadas de desierto. Hay quien dice que los Reyes Magos provenían de este país y yo le doy toda credibilidad. En la ciudad vieja vimos un camello en una especie de almazara en una pequeña lonja dando vueltas y vueltas para hacer aceite. Tras la llamada a la oración del almuédano, los hombres se toman un jalib (té con leche) o un ajmar ( te rojo) en el bar colindante a la mezquita del wadi Sally que atraviesa la parte vieja y luego van volviendo a sus casas, abren el portón de madera en ocasiones con enormes llaves de hasta 8 cm. o golpean la diminuta puerta para que su mujer les abra. La puerta es tan pequeña que tienen que agacharse. Era un momento mágico que solíamos disfrutar sentadas o apoyadas en el muro del huerto del sultán.


El huerto del sultán

El ambiente del zoco se relaja después del mediodía, ya que la comida para los yemeníes es una auténtica fiesta -jamás he visto a nadie comer con las ganas y el placer que mostraban los yemeníes-, y más aun teniendo en cuenta que después de la comida les espera el qat. Durante la mañana se encargan de abastecerse bien de qat y agua (el qat produce una gran sed) y tras el mediodía todos los días son una fiesta. Los puestos del zoco y las tiendas de la ciudad nueva siguen abiertas, pero el ambiente es más tranquilo. De todas formas, que tomen qat no significa que estén menos despiertos a la hora de regatear para venderte algo, todo lo contrario, la mente se les despeja. Cuando el trabajo se relaja todo son peleas y juegos entre los vendedores, los padres y los hijos, etc. Y para terminar la pelea un gran beso. Al saludarse se dan cinco, uno en una mejilla y cuatro en la otra.

Azzan, el pueblo del que partió el rey mago Baltasar

Un joven tapa por detrás los ojos a otro para sorprenderle, igual que hacemos nosotros. El otro se da la vuelta: ¡Hombre, Yahia! (este nombre era nuevo para mi, pero luego leyendo El collar de la paloma me di cuenta de que en la Córdoba del siglo XI era habitual, muchos de los árabes que vinieron a España eran yemeníes). Los yemeníes utilizan nuestros mismos gestos, así que a veces les entiendes sin necesidad del idioma. En cierta ocasión fuimos testigos del enfado de un chico porque había quedado con otro y éste se había retrasado. Estaba muy enfadado y caminaba sin esperar al otro refunfuñando por lo bajinis, miestras el otro le seguía poniendo una cara de "no es para tanto, chico".

Un joven advierte a su amigo con el codo para que nos mire, sin quitarnos ojo le golpea una y otra vez hasta que el colega se entera. Una de las cosas que más me gusta cuando viajo a esos mundos de dios es comprobar que yo despierto tanta curiosidad en la gente de ciertos países como ellos la despiertan en mí.

Un par de hombres con aspecto de no tener casa y dormir en la calle nos han ofrecido su desayuno: té y migajas de pan con queso desmenuzado. En Yemen los restaurantes y tabernas suelen tener bancos corridos, con lo que lo normal es sentarte al lado de otra gente (léase hombres), así que si a ellos les sirven antes que a ti, extienden su mano en un gesto de invitación a comer de su plato. Son muy solidarios con la gente que vive en la calle y los restaurantes les ofrecen comida e incluso les permiten comerla sentados en el restaurante, aunque les piden que se alejen un poco de los clientes.


Las famosas camisetas Cons

En teoría los yemeníes deben evitar mirar directamente a una mujer por lo que les pueda hacer su marido o alguno de sus hermanos, pero tienen sus técnicas para mirar sin que se note: ponen la vista fija en un punto frente a ellos y permanecen un buen rato así de manera que pueden percibir por el rabillo del ojo cómo es la mujer. Si les pillas mirándote en un despiste y les sonríes te ofrecen una enorme sonrisa. En principio, si estás con un hombre a ti ni te miran y aunque les hables contestan al hombre. Pero si estás sola o con otras mujeres te hablan normal y te ayudan en todo lo que necesites y, en mi caso, como les decía cuatro palabras en árabe, en un hotel, a pesar de ir con dos chicos madrileños con los que compartimos parte del viaje, el recepcionista se dirigió a mí.

Nos invitaron a té más de una vez: unos jóvenes universitarios, un viejillo que pegó un brinco cuando respondimos a un joven que éramos españolas: "¿De dónde han dicho que son, españolas?" y sin dejarle contestar, "¿Sois españolas?" "Ay, a mi me encanta la música española..., ¿tocais la guitarra?" y cuando se fue nos dijo "Esto está pagado", señalando nuestros tés. Nos dijo que adoraba la música española, el flamenco –por la vestimenta creo que era sudanés-. Y en Seyun un joven parapléjico que tenía que andar con las manos apoyadas en unas pequeñas sandalias arrastrando el resto del cuerpo nos ofreció algunas pipas. Cuando se sentaba a tomar algo en la terraza del bar en el que le conocimos siempre estaba sonriendo, creo que allí se sentía normal. Sólo una vez lo vi en el suelo y tenía una expresión absolutamente diferente con la mirada perdida y el semblante serio. Me recordó a un enano de una película argelina que me hizo llorar mucho.

Los siempre simpáticos yemeníes
Durante la comida a un cliente no le parecía que la sopa estuviese buena, demasiada sal tal vez. El camarero metió el dedo en la sopa por dos veces, lo probó y le dijo que estaba perfecta, que de qué se quejaba.







Niño de Marib
Los niños trabajan desde muy jóvenes y son muy avispados. Se comportan como adultos, con apenas seis años chillan al camarero para que limpie la mesa y les sirva rápido el té o están ellos mismos sirviendo mesas y cobrando. Unos chavales nos acompañaron a enseñarnos el zoco y la gran mezquita de la ciudad de Zabid, cuna del álgebra. Al terminar la visita dimos 50 riales al mayor de unos 8 años y 10 al pequeño que dudo tuviese más de 5. Éste empezó enseguida: "Hansin, hansin" (cincuenta, cincuenta). Era muy pequeño, no sé cómo podía saber el importe exacto del billete. El caso es que un joven que pasaba por allí al oir al pequeño y tras preguntarnos si era propina o qué, les dijo que los 50 eran para sus padres y los 10 para que se compraran ellos alguna golosina. Los niños salieron disparados locos de contento a comprarse chucherías. Luego vinieron otra vez donde nosotras y el mayor nos ofreció alguna de las chucherías que habían comprado. El más pequeño, imitando al mayor, nos ofreció también una albondigilla... ¡que ya había empezado a comer él!

A las mujeres se las ve por todas partes aunque en cantidad menor que los hombres, comprando en el zoco o en las tiendas de la ciudad nueva, o en la sala para familias, parejas y mujeres de los bares fumando narguilé o tomando qat también. Los bares suelen tener una sala más abierta a la calle donde están los hombres, y la sala familiar (family room la llaman en Omán), más oculta a las miradas ajenas, donde van las familias, parejas y mujeres. A nosotras como mujeres nos invitaban a pasar a la sala familiar, pero si preferíamos estar con los hombres, no se mostraban extrañados y nos servían con normalidad (en Omán esto no era así en algunos sitios y les sentaba mal que no fueses a la sala de mujeres, afortunadamente esto sucedía en unos pocos sitios sólo; en Yemen no nos pasó nunca). Una vez que estuvimos en una sala familiar había con nosotras una pareja que no paraba de hacerse carantoñas y arrumacos, una familia que se marchó en seguida y dos mujeres vestidas de negro con una niña. Una era blanca y la otra negra, ambas de rasgos muy finos y muy guapas. Estaban sin el velo, una de ellas tenía móvil y fumaba narguilé mientras masticaba qat. El hecho de que vayan todas tapadas no debe conducirnos a engaño, en la ciudad moderna se pueden ver en los escaparates de las tiendas sujetadores de plástico transparente bastante eróticos, tangas rojo pasión y saltos de cama muy fashion. Y hay mujeres profesionales periodistas y políticas por ejemplo. Este año una yemení ha conseguido el premio Nobel de la paz creo. Se ven algunas parejas de jóvenes agarrados de la mano, ella totalmente de negro con velo y todo y él a la manera tradicional. Los ojos de la chica sonríen. En el Hadramaut las mujeres campesinas van vestidas todas de negro con guantes y todo y llevan unos sombreros como de bruja, con una copa extremadamente picuda de unos 25-30 cm como los capuchones de Semana Santa y ala ancha enorme. Parece una convención de brujas en el campo. ¡Cáncer de piel no tendrán!

A nosotras nos preguntaron alguna vez si no teníamos un hombre. Nos fue imposible salir de la provincia de Sana’a por nuestra cuenta, no sé si por ser mujeres o extranjeras. Intentamos coger un sarwi (taxi colectivo) para ir a al-Mahwit. Dije en un rudimentario árabe a un taxista que nos llevase a dónde paran los sarwis y ¡me entendió! (el árabe de los yemeníes es muy parecido al árabe clásico, con lo que es el lugar ideal para aprender árabe, dos chicas catalanas con las que estuvimos tomando un té, estaban en la universidad de Sana'a por tres meses para perfeccionar su árabe). La estación -por llamarla de alguna forma- estaba en casa cristo a la derecha. Nos sentamos en un sarwi con otros viajeros pero al poco el taxista nos preguntó a ver si teníamos el permiso. Cuando le dijimos que no teníamos nada más que el visado, un joven que hablaba inglés le dijo que eramos españolas, que era suficiente, pero el taxista no las tenía todas consigo y aunque estábamos dispuestas a bajarnos del sarwi si la policía nos paraba sin pedirle a él parte del dinero entregado, cuando aparecieron otras dos personas para llenarle el taxi, nos dijo que nos bajásemos. Repetimos la misma historia con otro taxista, hasta que decidimos ir a la oficina de turismo y allí nos informaron que teníamos que ir con el taxista que nos fuese a acompañar a la policía, indicarles los lugares que ibamos a visitar y allí nos darían el permiso. El joven que sabía inglés nos preguntaba: ¿no tenéis un hombre? ¡Como si un hombre nos fuese a solucionar algo! Los pocos hombres extranjeros que vimos tenían una cara de estar cagados de miedo que no veas y los madrileños con los que terminamos compartiendo parte del circuito por el país no se empezaron a sentar en los bares y las terrazas y beber zumos naturales hasta que nos vieron a nosotras, y no se atrevieron a entrar en una discoteca porque decían que sólo había hombres.

El caso es que no nos quedó otro remedio que contratar un coche con conductor en una agencia de viajes, la Universal en concreto, la de más prestigio en Sana'a, para poder recorrer el resto del país. De todas formas, creo que si tenías un hombre podías coger autobuses y tenías más opciones de moverte un poco por tu cuenta. Eso sí, aun siendo mujer sola, dentro de las ciudades tenías libertad total de movimientos.
Todos bien armados


A Marib, que está a apenas unos 200 km de Sana’a, fuimos con un grupo de italianos, ya que es necesario que te acompañe un coche ametralladora con varios militares para que te protejan de posibles ataques, así que se va siempre en convoy. A las afueras de Marib la carretera está flanqueada por tienduchas que venden armas de todo tamaño y en la ciudad todo el mundo tiene un arma: desde el recepcionista del hotel que llevaba una pistola hasta el joven que con un kalashnikov protegía una pequeña tienda de abarrotes de apenas 2 m cuadrados en la que compramos la cena y el desayuno para el día siguiente. No puedes moverte por la ciudad sin la compañía de un militar armado con un AK-47. Con él fuimos a comer a un restaurante bastante peculiar. Era un edificio grande. Nos hicieron subir a la primera planta y, por un pasillo que dejaba ver distintas habitaciones desnudas en las que sobre esterillas de plástico en el suelo comían grupos de hombres, nos condujeron a otra habitación en donde había un par de mesas y más esteras con gente (hombres) alrededor comiendo. Nos sentamos en una de las mesas. Un joven que comía en la mesa de al lado me agarró con fuerza del brazo y me indicó con un gesto con la palma abierta que comiese de su pollo. A su lado, sobre la mesa, descansaba su kalashnikov. Nuestro acompañante militar siguió a uno de los madrileños que fue a lavarse las manos ¡dejándonos totalmente desprotegidas! Al poco entraron unos beduinos, se produjo una especie de respetuoso silencio. Eran una familia, abuelo, hijos y nietos todos vestidos con túnicas blancas agarradas a la cintura con un cinto, canana que les atravesaba el pecho para llevar la munición y sus armas. También el chaval de unos 12 años llevaba kalashnikov y canana. Al contrario que el resto de los yemeníes, que suelen llevar el pelo muy corto, los beduinos llevaban el pelo largo, estropajoso por efecto de la arena y el sol, lo que les daba un aspecto asalvajado. Se sentaron a comer en el suelo. La verdad es que imponían.

Al día siguiente para atravesar el desierto de Rub al-Khali necesitamos los servicios de un beduino armado con una pistola. El que nos tocó en suerte estaba como una puta cabra. Cuando mirábamos hacia el Toyota en el que iba a la par nuestra para no cegarnos con la arena que hubiese levantado de ir delante, no era extraño verle sentado con las piernas cruzadas sobre el asiento como si fuese sobre los lomos de un camello y los ojos… ¡¡cerrados!! Si nuestras miradas asombradas le despertaban del sueño, hacía un gesto con la mano de que siguiésemos para adelante sin preocuparnos. Yo creo que estos beduinos no acaban de comprender que un coche no es un camello, y no se puede confiar ciegamente en él, no siempre sigue el rumbo que uno desea.


Por el resto del país a menudo nos paraban el coche y un militar o, más frecuentemente, un joven civil armado, se subía al coche para "protegernos". Al bajar nuestro conductor le daba algún billete. En algunas zonas del país por la carretera se veían abundantes puestos de armas de fuego. Durante nuestra estancia en el país secuestraron a un diplomático alemán. Todo el país es precioso, y es díficil elegir unos pocos sitios, pero, a parte de la maravillosa ciudad vieja de Sana'a, mi me gustó especialmente la ciudad de Shiban Hadramaut, la que llaman el Manhatan del desierto, por sus casas-torre de adobe, el wadi Do'an, al estilo del wadi del Draa marroquí pero a lo bestia y la playa de Bir Ali.
 
Wadi Do'an

Se me quedan muchas cosas en el tintero que tal vez cuente en otro momento, pero el caso es que ésta primavera árabe que también ha llegado a Yemen, me ha hecho recordar con cariño a aquellas afables gentes que se merecen algo mucho mejor de lo que tienen. Cuando fuimos nosotras el turismo empezaba a despegar pasados ya cinco o seis años del final de la guerra civil entre el norte y el sur, era un tiempo esperanzador. Pero los atentados a las torres gemelas de Nueva York solo un mes después, volvieron a traer la mala suerte al Yemen (la segunda nacionalidad más abundante en Guantánamo es la yemení). El atentado a los turistas españoles en Marib, acabó de rematarlo. Pero los yemeníes están acostumbrados a la lucha y yo espero que esta revolución les sirva más que para echar del país a Alí Abdulá Saleh y su familia, para que los distintos linajes influyentes del país (se suele utilizar la palabra tribu pero a mi no me gusta porque creo que la utilizamos con cierto sentido peyorativo) en vez de luchar entre sí se hermanen y busquen la manera de construir un Yemen en el que tengan cabida todos. Acabo de oir en la radio que al-Qaida, aprovechando la inestabilidad creada por la revolución incipiente, se ha hecho con otra ciudad al sur de Sana'a, así que no va a ser nada fácil.

Por puro egoísmo deseo que consigan librarse de los terroristas, eviten otra guerra civil y se encaminen hacia la democracia. Me encantaría poder volver a Yemen y recorrerlo con libertad, no en un coche contratado, sino en sus medios de transporte. Sabiendo lo majos que son estoy segura de que sería una experiencia magnífica.


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