viernes, 12 de octubre de 2012

El reino de Buganda


...y otros.

 

Tumba del omukama Kabarega, rey de Bunyoro
Uganda es la unión de diferentes reinos: el reino de Buganda, el de Toro, el de Bunyoro, Ankole, Acholi… Alguno de sus reyes  tuvo que ir al exilio cuando  Obote abolió los reinos en 1967, pero con posterioridad en el 93 con Museveni  se volvieron a legalizar aunque el poder de los reyes es meramente simbólico. En  la carretera entre Entebbe y Kampala vimos cómo la gente había decorado el camino con ramas de árboles sujetas a las señales del camino o a donde podían (Los ugandeses utilizan siempre  ramitas de árboles -no sé si es siempre el mismo tipo de árbol o no-  cuando festejan algo. Por ejemplo cuando fueron a recibir a Kiprotich, el ugandés que ganó  la maratón en los Juegos de Londres todos blandían ramas en la mano). Además por el camino había algún que otro  grupo de gente tocando los tambores y bailando. El día anterior en  Entebbe nos habían invitado a nosotras a bailar con ellos en un grupo similar al que nos acercamos al oír los tambores y ver a la gente bailar moviendo el  trasero con gracia.

Hasta el día siguiente no nos enteramos de a qué se debía esa curiosa decoración de la carretera y esos grupos de músicos: el rey de Buganda estaba de visita para festejar el treinta aniversario de su acceso al trono. En el periódico New Vision se decía que el rey de Buganda pedía más competencias para poder atender las necesidades de los buganda, un estado federal  (¿A qué me suena esto?) y que se restituyese a los bugandeses las propiedades expropiadas en su día como se había hecho con los indios que expulsó Idi Amin -con terribles consecuencias para la economía ugandesa, por cierto-. No sé si lo que dice el rey de Buganda es cierto y se restituyó a los asiáticos todas sus propiedades.  Hoy en día se ven bastantes indios (la verdad es que el único que nos dijo de donde era resultó ser pakistaní) en las ciudades de Uganda, pero son todos muy jóvenes, menores en un 90 por ciento de treinta años, por lo que no pueden ser las mismas personas que fueron expulsadas por Idi Amin en 1972. Tal vez sean sus descendientes o pertenezcan a una nueva ola migratoria. En su mayoría son propietarios de Badulakes -supermercados quiero decir-. Casi todos los supermercados de  Hoima o Fort Portal están en manos de indios, aunque también hay uno de propietario chino. En Kampala regentan las tiendas de productos electrónicos de la Kampala Road.  Y en la tele  pudimos ver que algunos son empresarios. De todas formas también vimos alguno trabajando en las obras de la carretera en la zona de Ishasha.







Copa del rey Kabalega de Bunyoro
En Hoima fuimos a ver la tumba del omukama (rey)  Kabalega de Bunyoro. Según te acercas al recinto de las tumbas de Mparo se materializa un hombre que no te abre la puerta hasta que no le pagas la tarifa correspondiente. La tumba de Kabalega es una especie de choza en la que se guardan su escudo, sus armas, sus vasos y demás pertenencias.  El lugar no es especialmente remarcable pero si ayuda a entender un poco la historia de este país y en este país en el que quedan tan pocos vestigios del pasado creo que merece la pena que se visite.  El rey de Toro, por su parte, tiene un palacio en una colina de Fort Portal. Accedió al trono con 4 añitos y hoy tiene 18.


En el periódico también leímos una noticia acerca de las desavenencias entre otros dos reyes de la zona de los Ruwenzoris, a uno de los cuales habían robado en su palacio una cantidad grande de dinero. La noticia del asalto parecía un poco de chiste así como  las fotos de los implicados, solemnes en sus tronos que parecían sacados de Las minas del  rey Salomón.

Los reyes de Uganda y sus aspiraciones federalistas me recordaron otras no tan lejanas -no me negareis que lo del estado libre asociado y lo de que Cataluñistán sea un país más en los hipotéticos estados unidos de Europa no tiene gracia-.  

Yo no distingo a un toro de un buganda, como un ugandés no distingue a un madrileño de un catalán, pero nosotros nos empeñamos en buscar la diferencia en vez de las similitudes. En vez de sumar esfuerzos para vivir todos mejor, tiramos cada uno hacia un lado de la cuerda hasta que ésta se rasga. No vemos a la persona sino al pueblo al que pertenece. Necesitamos sabernos parte del clan, de la tribu (eso que criticamos tanto en los países en los que los clanes todavía tienen un importante poder como Afganistán o Yemen y  decimos de ellos que todavía tienen estructuras medievales). Nos comportamos como una pandilla de adolescentes. Tenemos  miedo de tener ideas propias y particulares, preferimos refugiarnos en el grupo y si hace falta lo defenderemos como si nos fuese en ello la vida. Sólo hace falta que un político irresponsable proclame que hemos de defendernos frente al otro -con un victimismo de niño llorica la mayoría de las veces y trafulcando la historia como le viene en gana-, para que  una multitud se una al carro sin dudar para defender a la tribu, poniéndose en pie de guerra contra sus vecinos de toda la vida si hace falta: el buganda frente al toro, el valón frente al flamenco, el copto frente al musulmán… ¿Cuándo maduraremos? Estoy totalmente de acuerdo con la definición que hacía el francés Ernest Renan de la nación :"una nación es un grupo de gente unida por una visión equivocada del pasado y el odio a sus vecinos".

Yo desde luego no estoy dispuesta a que me digan dónde empieza y dónde termina mi pueblo, mi cultura, qué paisajes me pertenecen y cuáles no, qué idioma es el mío y cual es extranjero… Por nacer donde he nacido he leído El Quijote dos veces y, sin embargo, no he leído a Shakespeare. Si hubiese nacido en Londres me ocurriría lo contrario. Eso es cierto. Pero no es menos cierto que desde bien pequeña he recibido influencias culturales de todo tipo, ¿No son parte de mi cultura las películas de vaqueros? Y luego uno va inclinándose más por unos autores o una música que por otra, independientemente de su lugar de origen; hay españoles que saben más de manga que un japonés, y japoneses que saben más de flamenco que muchos españoles. ¿No es parte de mi cultura Anita Desai o Lokua Kanza? Soy cristiana, pero he leído el Corán y, sin embargo, nunca he conseguido leer la biblia. Mi ciudad es mi paisaje sentimental,  pero, entonces, ¿por qué se me pone la piel de gallina cuando oigo la música turca o el guirigay de la plaza Jemáa el Fná? Tan míos son el Valle del Rift o la ciudad de Sanaá como las llanuras de mi provincia.  Todos somos de cultura mestiza. ¿Por qué no lo aceptamos? Un día compré  una gramática de hindi  rebajada porque se había mojado.  Descubrí  entonces, como una cultura que consideraba totalmente ajena a mí, no lo era tanto. Resulta que ladrón se decía chor y robo chori y yo siempre había llamado a los ladrones chorizos (en Ecuador los llaman choros, ¿hasta América llegó el hindi?), yo se decía men, ¿no había oído yo más de una vez “el  menda” para referirse a uno mismo? A través del caló nos han llegado un montón de palabras del hindi que utilizamos sin darnos cuenta.  Como también hay en el hindi un gran grupo de palabras que no se me hacían extrañas porque las había estudiado en  árabe (jabar, garam, kitab, kursi…).

A nada que uno viaja ve cómo hay influencias mutuas por todas partes: terminaciones de azoteas marroquíes en forma de pirámide que ya se ven en Petra, celosías de arabescos omaníes que se repiten con exactitud asombrosa en la moderna decoración de una casa cordobesa, cenefas de madera en el techo de una lonja de Tavira que recuerda a otras similares de una mezquita malaya. Manos teñidas de alheña desde Marruecos hasta India.  Cantos gujaratis que te dejan helado por su similitud con el cante flamenco. Gestos de bailarina de flamenco en exhibiciones de un antiguo arte marcial malayo. Viajar y emigrar no es algo nuevo y el hombre ha sabido imitar lo mejor de cada cultura, asimilarlo como propio y avanzar. ¡A veces, sin embargo, somos tan pueblerinos!

 

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